El Shey
- 24/08/2017
Esta historia es como un embudo y empezaré por sus bordes. Mi padre nació en Cajamarca, huérfano de padre, y fue criado por su familia materna de industriosos comerciantes. Con el tiempo, su madre se volvió a casar con un maestro de escuela y se mudó a Trujillo, a vivir en una estrecha casita del centro.
Mi padre, por su lado, migró a Lima donde conoció a mi madre y nací yo.
El embudo se empieza a cerrar cuando mis padres y sus hijos nos mudamos de Lima a Trujillo. Los domingos en casa de mi abuela transcurrían en torno a una apretada mesa en la que conocí a la rama cajamarquina de mi familia.
Una pareja, sin embargo, llamaba mi atención infantil: mi tío abuelo Eliseo, calvo y bonachón, y su esposa Aurora, robusta, decidida y lenguaraz.
Era sabido que no habían podido tener hijos y que soñaban con adoptar uno. Mi madre cuenta que la tía Aurora incluso le llegó a pedir la custodia de mi hermano mayor. Así de determinada era ella.
Hasta que un domingo llegaron a almorzar con El Shey.
El Rey, en cajamarquino.
Era El Shey un niño chaposo y tímido de Celendín, al que la tía Aurora arropaba de más. Sus chompas gruesas, camisas almidonadas y pantalones de lanilla con raya indeleble lo hacían sudar a ríos, mientras el bandido de mi hermanito menor, en jeans y polo desarreglado, no dejaba de observarlo entre burlón y compasivo.
Nunca le oímos decir palabra y si le hubieran servido un rocoto venoso, se lo habría comido sin chistar bajo la estricta mirada de su mamá adoptiva.
Después de varios años volvimos a Lima, y El Shey se convirtió en una cada vez más nebulosa anécdota de infancia, en uno de esos códigos que hay entre hermanos para señalar el modelo de niño muy noble que colinda con lo lorna.
Escribo esto mientras retorno de Cajamarca, a donde fui invitado para su feria del libro: en tanto esta historia se precipita yo espero que el avión no lo haga.
Obviamente, estos últimos días extrañé a mi padre. Lo imaginé jovencito por estas calles serranas, rememoré su voz, su expresión chacotera y por eso me resuena tanto la jubilosa carcajada que lanzaría si pudiera contarle lo que acabo de constatar:
Que el actual alcalde de la orgullosa ciudad de Cajamarca es, ni más ni menos, que El Shey.
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