Serás una jubilada
- 19/12/2014
Quizá estemos opinando bobadas. Hace un par de semanas me llamaron de El Comercio para entrevistarme sobre el fenómeno de las novelas adolescentes porque, aparentemente, estaban entre las más vendidas en la última feria del libro Ricardo Palma. La semana pasada leí en El Mercurio de Chile que en sus rankings de libros más vendidos en los últimos diez años, a la cabeza siempre figuran obras dirigidas a los jóvenes. Por último, ayer visité un módulo de Libromóvil que está situado en la estación de la cultura del Metro 1 de Lima. Cuando le pregunté a Javier, el encargado, qué tipo de libros era el que más se vendía, me respondió que muchos padres preguntaban por libros infantiles y que muchos jóvenes se acercaban por las novelas dirigidas a ellos. ¿Es cierta, entonces, esa opinión tan a la mano que proclama que los chicos ya no leen? ¿Será posible que, en verdad, quienes más lean hoy sean esos jóvenes a quienes miramos con desesperanza? Primero, debo confesar que la piel se me llena de ronchas cuando la gente se refiere a grupos abstractos como “los jóvenes”, “los mayores” o “la opinión pública”. Ahora que escribí “la gente” me acaba de salir una. Dentro del mar humano siempre habrá cardúmenes específicos pero, lamentablemente, en lo que se refiere a lectura no he encontrado segmentaciones precisas para el Perú. Lo que sí es claro es que hay jóvenes que leen mucho, otros que leen muy ocasionalmente, y otros que no lo hacen nunca. La otra cosa clara es que hoy parece haber un segmento de jóvenes que lee mucho más que antes. Ningún fenómeno se puede explicar con una sola razón. Yo voy a arriesgar tres, y quizá usted pueda enriquecerlas o anularlas. La primera es que nuestro país ya tiene siete años de contar con un plan lector en sus escuelas. Es decir, a diferencia de un pasado reciente, ahora nuestros escolares están llamados a leer un libro al mes por encargo de sus colegios. El programa puede ser imperfecto y hasta polémico en la confección de las listas que hace cada colegio, pero es innegable que basta con que una porción menor de esos ocho millones de chicos que antes no leía en la escuela conecte hoy con la lectura para que en unos años el mercado lector crezca de cierta forma. La segunda razón está en los protagonistas de estas novelas tan vendidas. ¿Qué tienen en común Harry Potter, Los Juegos del Hambre o Divergente? Son historias de chicos que se sienten raros, inadecuados para su entorno cercano, y que encuentran su fortaleza mientras se enfrentan a un enemigo formidable. No conozco a ningún chico común y corriente que, en su época de cambios, no se sienta así: incomprendido en su hogar o en su colegio, esas prisiones sin barrotes. La tercera razón es la más sencilla: los adolescentes tienen más tiempo para leer. Cuando veo a mis hijas por las tardes, tumbadas en sus camas con un libro abierto, no puedo dejar de recordar con nostalgia la época en que más leí en mi vida: los meses previos a que siguiera estudios superiores. Por eso cuando Mai me dijo hace poco que pensaba esperar un tiempo antes de ingresar a alguna universidad, sonreí. “Lee, hija, lee lo que puedas”, pensé. “La próxima vez que puedas darte ese lujo serás una jubilada”.
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