Querida P
- 13/06/2014
Querida P,
Siempre recuerdo con cariño las charlas que tuvimos cuando casi trabajamos juntos.
También sigo con interés tus publicaciones no solo porque las causas que apoyas suelen ser de mi simpatía, sino porque pareciera que en cada una te juegas la vida.
Hace poco, un comentario tuyo me dejó pensativo de manera particular.
Unas semanas atrás habías tenido un fuerte altercado con C que fue rebotado por los medios y ahora te dabas cuenta de que en Facebook tenías unos treinta amigos en común con ella. Te dejaba pensativa y quizá dolida que varios de ellos siguieran sus publicaciones con un entusiasmo digno de porristas. ¿Recuerdas que comenté tu publicación? Te dije que me considero amigo de ambas y que probablemente escribiría sobre este tema.
Pues heme aquí.
Lo más obvio es repetir lo que muchos te respondieron a la par que yo: que un amigo de Facebook no es amigo. Tener intereses y conocidos comunes son importantes para charlar en un cóctel o para forjar alianzas de trabajo, pero no son la condición principal que comparten los amigos. Huelga decir más, porque quien tiene uno verdadero sabe a qué me refiero.
Lo que sí quería contarte con más detenimiento es una imagen que soñé anoche, probablemente debido a la presión de tener que entregar este artículo. Ante mi vista se expandía un tablero blanco, de superficie coloidal, y sobre él rebotaban cientos de figuras poliédricas como en un “pogo” desaforado. No sé si eran dodecaedros, icosaedros o zutanoedros, lo que me consta es que tenían muchísimas caras que entraban en contacto unas con otras. Cuando desperté tuve la sensación de que esa mecánica de formas contactando algunas de sus caras al azar podía explicar mejor que las palabras lo que ocurre con nuestros encuentros y desencuentros sociales. Las cosas que me hacen ser cálido con C no son las mismas que me hacen serlo contigo: a ambas las conocí en facetas diferentes y en tiempos distintos. Yo mismo era un poliedro que mostró un lado distinto con cada una de ustedes, porque nadie conoce a nadie en todas sus dimensiones: nos conocemos en función del sistema que creamos entre nosotros.
En esa misma publicación hablabas con tirria de G, un crítico y escritor que ha acusado a tu padre de un hecho que refutas con el alma. Es entendible. Yo mismo he sido alguna vez ridiculizado por la pluma de G y tengo varios amigos que parecen llevarse tan bien conmigo como con él. Lo que puede haber ocurrido entre G y yo es algo que siempre pienso cuando sé de peleas entre personas que no se conocen: que en esos casos no nos peleamos con alguien, sino con un enemigo abstracto que nuestra mente proyecta. Es como si nuestras creencias e ideologías necesitaran una cara a la cual pegarle para reafirmarnos. Hace poco coincidí con G, en persona por fin. Para ser sincero, no me pareció la persona detestable que el ego herido podría suponer y hasta comprendí por qué gente que aprecio lo aprecia a él también. Tú eliges, querida P. Detestemos sin concesiones a los dictadores, genocidas y corruptos, porque esa sola faceta suya es capaz de hundir a nuestras sociedades. Pero tendamos más puentes con el resto. Créeme que se vive mejor.
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