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Querida estudiante de periodismo:

  • 17/07/2015

Quizá usted recuerde que cuando me hizo esa última pregunta en mi casa le dije que responderla ameritaba algunas líneas. Confieso que su interrogante tuvo un lado halagador porque no soy periodista, pero también trae un sinsabor debido al estado de nuestro periodismo en general y a aquella anécdota que me contó en particular. Me refiero a la noticia sobre el Tribunal Constitucional. Según su relato, cuando el Congreso eligió por fin a los nuevos miembros del Tribunal, luego de una tensión que había alcanzado su cima con la marcha “No a la repartija”, un conocido noticiero prefirió darle protagonismo en los titulares a las concursantes pechugonas de un reality y cuando usted le preguntó la razón a la responsable, ella le respondió que se trataba de una estrategia para que los jóvenes se interesaran en los programas informativos.
Pocas cosas me cabrean tanto como el cinismo.
El problema más evidente tras esa excusa radica en que cada vez es más difusa la línea que separa a los escritorios de los periodistas de los del área comercial. O tal vez sea peor. Quizá en la mente de los periodistas de este siglo ya vengan conviviendo conceptos como integridad y objetividad junto a otros como inversión y retorno económico. En verdad, ninguna de estas nociones son malas en sí. Pero como ocurre con algunos ácidos al combinarse con ciertos metales, mezclarlas en una decisión periodística provoca un daño explosivo en la reputación de los medios y en nuestra sociedad. Sin embargo, el aspecto que más debería triturar aquella respuesta tiene que ver con la verdadera razón de existir del periodismo. Anteponer el arrebato de una concursante pechugona a una noticia de interés político con tal de ganar más audiencia responde a un enfoque errado. La pregunta nunca debió ser: ¿qué noticia de consumo rápido puedo colocar en lugar de la elección del Tribunal Constitucional?, sino: ¿cómo hago para que la noticia del Tribunal Constitucional alcance un interés masivo? Para hacer lo primero no se necesita estudiar cinco años en una facultad. Lo segundo sí lo haría un verdadero profesional.
Hace unos días me topé en Internet con un titular que decía lo siguiente: “Sheyla Rojas y Patricio Parodi se dejaron de seguir en Twitter”. Aclarando que aunque lo anunciaba el segmento de espectáculos de un canal de televisión igual contaminaba nuestra atmósfera con nimiedades, voy a recordarle lo que le dije del valor agregado, que es un concepto económico que en este caso puede ser elástico: ¿habrá algún periodista de espectáculos –o algún novato condenado a estas tareas– que quiera cruzar la raya de lo insignificante y aproveche esos trances para, por ejemplo, enseñarle a su público qué infidelidades cambiaron el rumbo de la historia? ¿O qué peleas conyugales terminaron siendo relevantes para la Historia?
Hecha, pues, esta larga antesala, creo que ya podré responder a su última pregunta.
Lo que le diría a quienes buscan estudiar periodismo en este contexto es que no lo hagan a menos que, de verdad, sientan agudeza en el cerebro y fuego en las tripas.
Si nuestro periodismo está en declive es por haberse llenado de mediocres sin carácter.

 

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