No existen libros favoritos
- 14/12/2012
Hace unos meses me invitaron –en un festival literario de Cartagena– a recomendarle un libro al público de un teatro. Decidí decirle a la audiencia que para mí no existen libros ideales, sino momentos ideales para conocer determinado libro. Disculpen si aquí me atrevo a repetir la misma relación que expresé aquella noche caribeña:
–Mi libro favorito cuando fui un niño enfermo de hepatitis: “La isla misteriosa”, de Julio Verne. Aventuras, intriga. Una presencia sobrehumana que vigila. Jamás olvidaré cuando Pencroff se encuentra una bala en un cerdo salvaje que cazó. ¿Quién le disparó? Fue mi “Lost” a los diez años.
-Libro favorito para conocer las grandes miserias y las más grandes bondades y heroismos: “Los Miserables”. Cuando hace poco me topé con el famoso video de Susan Boyle cantando “I had a dream”, se me aguaron los ojos. Y creo que fue por Fantine.
-Libro favorito cuando era un mocoso que quería impresionar a las chicas con la patafísica: “Rayuela”.
-Libro favorito para leerle a mis hijas: “El Quijote” en versión juvenil de la editorial Santillana
-Libro favorito para regalar en cumpleaños: “Seda”, de Baricco. Es una joya breve, y por eso, doblemente joya.
-Libro favorito para regalarle a un niño: “El misterio del pollo en la batea”, de mi amigo Javier Arévalo. Un policial doméstico, donde un pollito ha muerto ahogado en la azotea y hay muchos sospechosos en la casa.
-Libro favorito para reirme por su mordacidad: “La conjura de los necios”, de John Kennedy Toole. La historia de Ignatius Reilly en Nueva Orleans: un gordo glotón de ideas medioevales que vive con su madre y que quiere escribir la obra que cambiará al mundo, aunque pronto tendrá que salir a trabajar a las calles de forma quijostesca.
-Libro favorito para entender que la tristeza también puede ser hermosa: “Kafka en la orilla”. Kafka Tomura, de quince, años, huye de su ciudad para no acabar acostándose con su madre y matando a su padre, como dice la profecía.
-Libro favorito para saborear, frase por frase, aunque el sabor a veces sea amargo: “Ensayo sobre la ceguera”, de Saramago.
-Libro favorito para sentirme adolescente de nuevo: “País de Jauja”, de Edgardo Rivera Martínez. La historia de Claudio, un adolescente que cuenta sus vacaciones escolares en Jauja, una pequeña ciudad andina peruana que fue cosmopolita cuando iban a respirar sus aires los pacientes europeos de la tuberculosis.
-Libro favorito para que me duela mi país: “Los ríos profundos”, de José María Arguedas. La historia de Ernesto, un chiquillo que vive entre los hacendados feudales del siglo 20 y los indios explotados por ellos.
-Libro favorito para poner bajo el brazo y pasar por lector cultísimo: “Finegans Wake”, de Joyce. En verdad, nunca lo terminé.
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