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Mi arquitecta

  • 10/11/2012

–¿Y qué haces tú?


–Soy arquitecta…

–Alguna vez quise ser arquitecto– la interrumpí, afanoso.

–…pero de páginas web.

Me dejó callado por un instante. Nunca había relacionado a la arquitectura con las redes informáticas y presentí que con aquella intersección podría alargarse ese encuentro casual. Lo agradecí, porque eso era lo que me provocaba. Luego de cernir los recuerdos de ese instante (afuera queda su sonrisa, la simpatía, su pelo sedoso) me he quedado para estas líneas con lo que más me hizo sentido en el campo de la comunicación.

La mayoría de personas que encargan una página web no reparan en que esa tarea equivale a volver a construir su organización. El terreno ya no será el suelo firme, sino la nube de Internet. ¿Y qué hace una persona sensata cuando ha decidido que va a construir una casa o un edificio? Pues llama a un arquitecto. Este profesional anotará las necesidades vitales y operativas de su cliente, notará el estilo de vida que busca representar, estudiará el contexto del terreno y, antes siquiera de animarse a dar un trazo, buscará formular en su mente un concepto que sea la matriz de todo el diseño y la ejecución consecuente.

El símil es válido porque si usted busca para su casa una combinación de belleza armónica y de funcionalidad, en una página web esto también es lo deseable.

Sin embargo, muchas organizaciones, en vez de llamar a la figura del arquitecto para que sea el responsable de la creación de la web, lo que hacen es contactar a quienes en el mundo de la construcción de concreto serían los ingenieros eléctricos o los decoradores. La semana pasada, por ejemplo, supe que una entidad estatal decidió elegir como responsable de la creación de su sitio web a un ingeniero de de sistemas. Y no son raros los casos en que a uno se le ocurre llamar a cualquier diseñador para trasladar su organización al mundo digital.

–¿Entonces, tú diseñas y programas?– le pregunté.

–No, yo dirijo a los programadores y diseñadores que escojo según cada proyecto.


–Pero eso debe salir más caro…


–Más cara te sale tener una web que no es funcional–
me respondió.

Con el tiempo me di cuenta de que ella tenía razón. En estos años he visto cómo organizaciones que en un inicio decidieron no trabajar con ella, al tiempo la llamaban para hacer de nuevo sus sitios web. La figura del arquitecto, aun sin ser infalible, está allí para mostrar la mejor fachada posible, para articular mejor los corredores y los pasos de ambiente a ambiente, para notar que una entrada o una ventana recibirá más luz de determinada manera y para conceptuar una estructura que pueda recibir a la mayor cantidad de visitantes posibles. Entiendo que quien vea a una página web como solo un folleto que estará colgado en Internet no necesite darse cuenta de estas implicancias. Pero a estas alturas de la revolución digital, es claro que una página web puede ser una construcción tan compleja como útil, que puede ayudar a migrar clientes de un banco o de una aerolínea de las oficinas reales a una lugar virtual, solo por poner un ejemplo.

–Además– me dijo– si las páginas web se crearon para interactuar con la gente, el responsable tiene que ser un comunicador. Sin ofender a los informáticos…

–Claro– respondí, aunque a esas alturas quizá ya me fijaba más en sus labios que en las palabras.
Desde entonces han pasado cuatro años.

Hace unos meses terminamos de construir nuestra casa, pero esa es otra historia.

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