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Me acordé de usted

  • 13/03/2015

Este domingo en la noche me topé en la televisión con algo que nunca había visto en mi vida. ¿Recuerda usted que algún presidente peruano le haya dado un mensaje a la Nación centrado en la educación?. No sé si usted esté vivo para haberlo visto –usted ya estaba subido de peso cuando lo conocí y eso siempre trae secuelas–, pero igual le voy a confesar algo: mientras Humala se refería a la educación peruana como un servicio que se nos ha brindado mal durante décadas, yo pensé un par de veces en usted.
En su discurso, el Presidente se refirió a la gestión educativa como un problema complejísimo que debe afrontarse desde cuatro aristas: la cimentación de la meritocracia para tener mejores maestros, la calidad de los aprendizajes, la infraestructura en la que aun quedan montañas por mover y la concepción de los directores como gerentes de escuela. Su mensaje final fue que solo al seguir estas políticas como cuestión de Estado, y no de un gobierno de turno, podemos soñar con una educación que nos acerque al desarrollo.
Obviamente, los cuatro factores son importantes. Digo, es bueno imaginar a un niño 1) estudiando en una escuela cómoda, 2) con maestros bien pagados, evaluados y capacitados, 3) con un director que gestiona su colegio como una sede de servicios y con 4) una curricula moderna que conecte a ese niño con el mundo. Al no tener estos elementos al 100 % nuestro sistema es un triste exponente de la educación del siglo 19 e incluso, teniéndolos todos, podría ser un excelente ejemplo de una educación de fines del siglo 20. De todos estos factores, si me dieran a escoger cuál es el prioritario para que nuestra educación nos acerque a las competencias que se requieren en el siglo 21, yo apostaría sin dudarlo al maestro comprometido y bien remunerado que en lugar de solo transmitir conocimiento busca despertar y canalizar las capacidades de los niños a su cargo. Se lo voy a poner de esta manera caricaturizada: si tuviera que elegir entre una espléndida escuela diseñada por Norman Foster con un profesor como usted y una caverna con un maestro que estimula, no dude que elegiría largamente lo segundo. Los think tank de la educación también coinciden en esto.
Me imagino que usted no se acuerda de mí aunque yo sí lo recuerde a usted.
Yo tenía siete años cuando usted entraba al salón y mandaba colocarnos a todos en fila. Era como un pelotón de fusilamiento, solo que el que disparaba era usted: nos hacía preguntas sorpresivas y si con el nerviosismo demorábamos más de dos segundos en contestarle, nos descargaba en las manos la regla de madera. Gracias a usted le mentí por primera vez a mi padre con premeditación fingiéndome enfermo para no pasar por esa tortura. ¿Cómo habría sido aquel año, o nuestras vidas, si en lugar del sádico que nos tenía a su merced en aquella aula hubiéramos tenido a un buen hombre que expandiera las carpetas como en un ágora, que colocara al centro temas para debatir o que trajera una guitarra para explicarnos cómo viajan las ondas?
No lo sé. Lo que sí sé es que si este gobierno y los que vienen logran consolidar la meritocracia docente, cada vez habrá menos tipejos como usted frente a niños como yo.

 

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