Marque con un aspa
- 16/05/2014
La esquela que llegó a mi casa tenía unas instrucciones muy sencillas: debía marcar con un aspa entre la opción azul y la verde.
Para mí fue como enfrentarme a los cables de esas bombas que los guionistas ponen en las películas.
Unos meses atrás había accedido a que una de mis hijas, de dieciséis años, se fuera de viaje al extranjero con un numeroso grupo de amigos de su edad. Usted sabe, conocer el mundo es otra forma de educar y no me importó mucho comprometerme a pagar en cuotas lo que sería un aprendizaje en efectivo. Pero el mundo no solo viene con estudio, también viene con fiesta. Y tratándose de adolescentes, con más razón. Hace poco, la entidad que organiza el viaje me envió un comunicado que señalaba que una de las actividades del periplo implicaba la salida a una discoteca. Por lo tanto, como padre debía marcar:
( ) Brazalete azul: su hija puede ingresar a la discoteca, pero no tiene autorización para que se le expendan bebidas alcohólicas.
( ) Brazalete verde: su hija puede ingresar a la discoteca y tiene autorización para que se le expendan bebidas alcohólicas.
Y así empezó el tic-tac. Durante un par de días mis razonamientos fluían entre escenas de Porkys, American Pie y otras películas cabronas que se mezclaban con mis recuerdos adolescentes en una ciudad de provincia. Hasta que, tras hablarlo con la madre de mis hijas, llegué a una decisión. Una tarde llamé a mi hija a mi estudio y conversamos.
–Me llegó una esquela para marcar lo del brazalete.
–Vas a marcar el verde, ¿verdad? ¡Di que síííí!
–Ya tomé mi decisión y no la voy a cambiar –le respondí¬–. Pero, igual, me gustaría saber qué harías tú en mi lugar.
–Confiaría en tu hija –me respondió, con la cara más fresca y socarrona.
Allí estaba ella, sentada a mi lado, con esos ojos pícaros y esa sonrisa que puede causar cortocircuitos.
–Para tomar mi decisión he tomado en cuenta que estarás lejos, que ni tu papá ni tu mamá estaremos para supervisarte ni para verte llegar, en un entorno extranjero y rodeada de juerga.
–Pero papá…
–También he considerado –la atajé– que cada vez que te he visto llegar de fiestas has estado dentro del rango de la hora y nunca te he visto borracha, a pesar de que sé que te mueves –no soy ningún idiota– en un entorno donde circula el alcohol. Por eso he decidido que… sí tendrás la autorización.
Su sonrisa llenó media habitación. Fue entonces cuando aproveché para comentarle el razonamiento detrás de mi decisión: negarle mi confianza luego de que había demostrado un buen desempeño era un mal mensaje para el futuro. ¿De qué le había servido hacer las cosas bien si igual no era digna de confianza? Mejor era abrirle las puertas al refuerzo positivo que al miedo represivo.
–Eso sí –le dije finalmente–. Cuando te pongas ese brazalete, no quiero que leas ahí la frase “tengo permiso para chupar”. Quiero que leas: “Mi papá confía en mí”.
–Lo pondré con lapicero, si quieres– me dijo, contenta.
Nos dimos un beso y cada uno continuó con sus cosas.
Llega un momento en que uno tiene que confiar en la forma en que crió a sus bebés.
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