Lucianita y Mario
- 28/12/2013
Me preguntas, Maluchi, a qué se debe la alharaca que viste hace poco en internet a causa de una firma no otorgada.
A ver.
Hace unos días, nuestro único premio Nobel aceptó firmar ejemplares de su novela más reciente y en una librería de Miraflores se formó una fila de cientos de personas con su libro en la mano. De pronto resonaron los tacos de Luciana León, una congresista. La chica es hermosa, voluntariosa y carga con el lastre de un padre a quien la población le atribuye –por lo menos– una moral dudosa. Al escritor sus adversarios ideológicos le dicen “Vargas Llosa”, a secas. El resto le suele decir “Mario”, una forma muy peruana de subirse al coche de la gloria. A la congresista la suelen llamar “Lucianita” pero, más que por cariño, es por condescendencia: en nuestro país, nacer rubia y bonita es como portar una invitación a que te consideren bruta. De hecho, hijita, en esta sociedad que se mueve por estereotipos, más te vale parecerte a Susan Sontag si quieres ser considerada como una mujer de fortaleza intelectual. (De ella hablaremos en otro momento).
La versión que has leído es que “Lucianita” se saltó la cola para pedirle a “Mario” el apoyo a un proyecto de ley: un pedido para que nuestros escritores sigan exonerados de pagar impuestos cuando se trata de las regalías de sus libros en el Perú. Yo no sé, Maluchi, si la congresista se saltó la cola o si fue invitada a acercarse. Tampoco sé por qué Vargas Llosa se negó al pedido. Quizá pensó que no era el momento (recuerda, había mucha gente con su libro en la mano) o tal vez pesó su convicción liberal de que nadie debería ser exonerado de sus obligaciones tributarias. Pero todo eso me importa un bledo. Lo que me preocupa es que esta anécdota vuelve a poner en evidencia el interés que los peruanos solemos poner en hechos superficiales. Nos entretenemos con el chisme y con el ejercicio banal de encontrarle asidero a nuestros prejuicios en vez de preguntarnos qué había movilizado a una congresista a exponerse de esa manera ante una especie de guardián moral en el Perú. Frases como “Mario arrochó a Lucianita” viajan como un misil, pero impactan como una luciérnaga y es así como la forma vuelve a ocupar los titulares que deberían dedicarse al fondo. ¿Nos hemos preguntado masivamente de qué iba la dichosa ley?
Te confieso, Maluchi, que yo sí firmé esa petición.
Y si lo hice con recelo fue debido a dos razones. En primer lugar, creo que nadie debe tener corona para no pagar impuestos. Si hoy lo piden los escritores, mañana lo pueden pedir los músicos. Pero también creo que el Estado sí debe intervenir en asuntos cruciales que afectan nuestra viabilidad como país. Y ser un país donde el libro está prácticamente invisibilizado es condenarse a ser una nación que jamás se desarrollará. Podrá crecer pero no desarrollarse, como un adolescentes enorme, torpe y lleno de complejos. Dar facilidades para que en el Perú se creen nuevos contenidos en literatura, libros de texto o manuales pedagógicos es algo que debe esperarse mínimamente.
Mi otro recelo es este: como somos el país de la superficialidad, temo que nuestros gobernantes sientan que con ese tipo de medidas ya han hecho su labor. Tener una bujía es importantísimo para que un motor funcione, pero el mecanismo necesita de muchas piezas más. No sirve de mucho una ley así mientras nuestro país no cuente con una red de bibliotecas activas (en casas, en escuelas, en municipios), mientras los planes lectores de los colegios no inviten a los padres como participantes o si, simplemente, las editoriales se zurran a la hora de pagar las regalías. Pero en un país donde la educación debería considerarse en emergencia, todo aporta.
Quién sabe, mi Maluchi, si hasta tu pregunta no ayude algo.
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