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Lava tu plato, hijito

  • 30/10/2015

Si pudiera enviarme una carta al pasado, a la época en que mis amigos y yo empezábamos a criar descendencia, me escribiría una que diría: tu generación la ha seguido jodiendo. No tanto como las anteriores, pero igual la ha seguido jodiendo.
Si en el año que escribo esta carta, el 2015, diez mujeres peruanas se pusieran en una fila, las probabilidades dirían que siete de ellas están sufriendo algún tipo de violencia por parte de los hombres peruanos. En este caso no me refiero solo a los puñetazos, sino también a otras prácticas de control masculino: tratar de que la novia se quite esa falda corta, celarla y decirle que esos celos son demostración de amor y, por supuesto, esos comentarios babeantes que las chicas reciben cuando transitan por la calle.
De esas diez mujeres peruanas en la fila, entre tres y cuatro sí estarían sufriendo maltrato físico de parte de sus parejas. La cifra, pues, es una bofetada: cerca del 40% de las mujeres que nos rodean está sometida en sus casas a empujones, jalones, cachetadas, sexo sin consentimiento y otras vejaciones que trasladan a casa el mismo sentimiento de esos supuestamente inofensivos piropos en las calles: que las mujeres les pertenecen a los hombres y qué importa que invadamos su espacio: a cambio de eso les damos la recompensa de anunciarles que nos parecen cuerpos fornicables.
Pero por hablar de los piropos en la calle me he apartado del hogar.
Que cuatro mujeres de cada diez tengan que volver a casa a encerrarse con una fiera que da zarpazos tiene que estar minando nuestra sociedad. Los insomnios sufridos por millones de mujeres, sus cuadros depresivos, sus abortos espontáneos, todo esto nos tiene que estar pasando factura al resto. Según un estudio reciente de la universidad San Martín de Porres, tan solo el emporio textil de Gamarra pierde 10 millones de dólares cada año debido a la violencia doméstica. ¿Cuánto pierde el resto de empresas al tener mujeres en sus puestos que sufren en silencio y no hablan del tema? Pero como estas líneas están contaminadas por el vil indicador metálico, lo mejor sería preguntarse: ¿cuánto perdemos todos al criar generaciones envueltas en esos climas de violencia? ¿Será que el claxon que nos ensordece en la calle es el eco de la violencia que ese chofer vivió en su crianza? ¿Ese niño que le hace bullying a nuestro hijo, no estará gritando sin querer que eso no es nada comparado con lo que su padre le hace a su madre?
Todos pagamos por lo que le hacemos a nuestras mujeres. Por eso, ahora que puedo escribirte cuando aún no has contaminado a tus pequeños con la violencia que heredamos en el inconsciente, te recuerdo que los niños absorben la inequidad desde sus aspectos más triviales y que cuando crecen la trasladan a sus familias y trabajos. Para ilustrar esta idea, terminaré con otra estadística: a las niñas peruanas de hoy se les asigna en sus casas un 30% más de tareas domésticas que a los hombrecitos. Por eso, corta esa cadena desde temprano: si llegas a tener un varoncito, promueve que barra, que planche, que cocine, que también se moje las manos.
Será mejor que lave sus platos a que en el futuro su novia tenga que lavarse las heridas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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