La rabia de Javicho
- 20/07/2019
Javicho tiene ese nombre porque en mi familia hay varios Javichos de buen corazón y su mamá supo tomar nota de ellos. Creo que su elección fue acertada, porque se ha convertido en un niño tan sensible como agudo. Un día del año pasado, cuando tenía nueve años, su mamá me dijo esto luego de que indagara por él.
–Javicho está triste, don Gustavo.
–¿Qué ha pasado?
–No quiere ir al Día del Padre en su colegio. “¿Para qué?”, dice.
Ya imaginará usted que el padre de Javicho no ha aparecido en la vida de su hijo tal como le ocurre a miles –y quizá millones– de niños en nuestro país. Imagínese también mi tristeza: su madre ayudó a criar a mis tres hijas con un amor impagable, ¿cómo no me iba a afectar la rabia de su único hijo? Entonces, un sentido de reciprocidad me llevó a vencer mi espíritu mezquino y comodón.
–Yo lo acompaño, Panchita.
El colegio me recibió festivo. Cientos de niños poblaban el patio con algarabía y sus maestros permitían aflorar el furor de los días de fiesta. Sobre la losa de concreto los papás calentaban los músculos para las pruebas que iban a realizar. “La recon…”, me dije. En el colegio de mis hijas felizmente no celebran el Día del Padre, así que nunca tuve que correr haciendo girar un hula-hula en mi cintura, ni gatear debajo de listones. Pero la carita luminosa de Javicho hizo que valiera la pena.
Hace una semana, la mamá de Javicho me volvió a comentar un nuevo disgusto de su hijo.
–Está con rabia porque le han rechazado su tarea.
–¿Por qué?
–Era un árbol de su familia…
–Ah…
–Y no ha puesto a su papá.
–Chesu.
–“¿Acaso la familia es solo de sangre?”, me ha dicho. “¿Acaso mis tíos o la familia del señor Gustavo no son también mi familia?”
Yo me quedé tan triste por esta injusticia nuevamente cometida contra Javicho, como impresionado por su dolorosa lucidez. Y por eso escribo esto. Ya que Javicho no tiene edad para expresarse públicamente yo le presto mi voz y, en su nombre, le digo hoy a los pedagogos, legisladores y activistas que defienden a la familia tradicional: ese cuento hace tiempo cerró sus páginas. La familia del papá con la mamá y sus hijitos solo tiene cabida en una narrativa imaginaria que choca con la realidad. Miren por las ventanas. Aguaiten por las puertas. Observen las manos que se tocan en los paseos. Miles y miles de hogares de hoy están a cargo de madres solteras como Panchita. De abuelas que ayudan a esas madres. De divorciadas y divorciados, por supuesto, pero también de muchos que, después de su primer compromiso, han decidido abrazar la sexualidad que reprimieron por años. De gente que sencillamente no quiere tener hijos. O de gente que quiere adoptarlos.
La rabia de Javicho es también la rabia de ellos.
La tristeza de ellos es también la tristeza de Javicho.
Desaprendan su manual, archiven la historia de Adán y Eva como una fábula de hace tres mil años y escuchen la realidad que hoy retumba en nuestros hogares.
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