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Haga la prueba en la calle

  • 03/09/2009

Cuando un niño comete una trastada, los adultos solemos empeorarla con otra:

-¡¡Ramón!! ¡No seas bruto, el papel atora el inodoro!

Y a Ramoncito le quedan dos caminos: o sentirse demasiado apabullado para asimilar bien la enseñanza, o rebelarse a modo de venganza. Esto no solo ocurre con los niños. Hace unas semanas vi un altercado en una avenida de Lima, que se inició porque un conductor de microbús había taponado una calle transversal.

Un conductor en la transversal le gritó.

-¡Animal, deja pasar!

Y el microbusero, al verse insultado, le devolvió el regalo sin reflexionar en su falta. La historia hubiera sido distinta si la aproximación hubiera sido sosegada, como lo hizo Daniel, un compañero mío, que hace unos días fue testigo de cómo un conductor arrojaba un desperdicio en la calle. Se le acercó sereno y le dijo:

-Señor, yo vivo aquí al frente. No me ensucie, por favor.

Daniel no vivía en esa calle, pero lo hizo sentirse responsable. Al extremo de que el infractor recogió su desperdicio pidiéndole disculpas. Como ha podido notar, la forma es el mensaje. Si usted es sarcástico o brusco al corregir a otro ciudadano, alejará de él su espíritu de aprendizaje y traerá el de revancha. Por el contrario, si usted empezara a corregir con afecto, el resultado podría ser multiplicador y toda una cadena de bondad podría empezar a erigirse en nombre de una autorregulación beneficiosa. Se dice que en Bogotá, el carismático alcalde Antanas Mockus logró que sus vecinos premiaran y corrigieran a los infractores mostrándoles caritas de cartón sonrientes o tristes, según fuera el caso. Usted puede ahorrarse la manufactura de su mascarita: su sonrisa puede ser más efectiva aún.

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