Gastón y la literatura
- 19/08/2011
Hace unos días leí en internet un artículo que hace eco de una pregunta varias veces expresada: ¿cuándo saldrá un Gastón Acurio que promueva nuestra literatura tal como se ha hecho con nuestra gastronomía?
Es una buena pregunta, pues toda comparación obliga a hacer un ejercicio de análisis que, en este caso, es muy necesario. Si me lo permite, aquí está el mío.
En primer lugar, cuando Gastón Acurio hizo su primera aparición mediática, nuestro país ya tenía cierta conciencia sobre lo privilegiada que es nuestra cocina. Con nuestra literatura ocurre lo contrario: son los conocedores de otros países los que la señalan como privilegiada, cuando aquí un ciudadano promedio no podría citar más de tres libros peruanos que le parezcan buenos.
En segundo lugar, y de manera enlazada a lo anterior, todo peruano tiene un acceso razonable a un rico plato de comida: nuestra sazón se paladea en nuestras propias casas. Pero, ¿existe literatura en nuestros hogares? En muy escasos. Y fuera de ellos, tampoco: cuando un peruano quiere probar nuestra cocina fuera de su hogar, sabe que hay lugares llamados pollerias, chifas y cebicherías a distancias que no son insalvables. Pero si un peruano tuviera el repentino antojo de leer un libro, no tendría a su alcance ni librerías ni bibliotecas públicas que lo acerquen a la experiencia. Una vez un adolescente limeño me escribió a este blog para preguntarme “¿en qué lugar se compran los libros?”. Y con eso, dejo constancia de la situación.
Toda industria que quiera ser exitosa no puede ignorar las leyes de la mercadotecnia: debe construir las facilidades que acerquen a los productores con los consumidores. En los últimos años, quiene laboramos en el Proyecto Recreo aprendimos que para desarrollar un mercado de lectores en nuestras escuelas era necesario trabajar un triángulo: Niño-Maestros-Padres. Al niño, entregándole lecturas atractivas a precio razonable. A los maestros, capacitándoles sobre estrategias para inculcar la lectura como placer, y no como obligación. Y a los padres, explicándoles la revolución cerebral que se produce cuando sus hijos leen, y empoderándolos para que exijan bibliotecas que funcionen en sus escuelas y municipios.
Fuera de las escuelas, los factores no son tan diferentes: hace poco Recreo lanzó más de 250 mil ejemplares de una colección escrita por autores peruanos (“Sobrenatural”) que fue exitosa debido a un contenido atractivo, un precio rebajado y una distribución y promoción en quioscos gracias a una sociedad con una empresa periodística.
Si bien en los últimos años podemos ver con satisfacción que editoriales, librerías y otras organizaciones peruanas están renovando sus formas de interactuar con los lectores, el gran problema aun subsiste: nuestro Estado no tiene por qué abrir restaurantes para promover nuestra cocina, pero sí tiene que abrir atractivas bibliotecas escolares y municipales, o biblioparques de diversiones, que acerquen la lectura a niños que han crecido sin probarla en casa.
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