El perdón y la minería
- 22/07/2011
Las personas pueden perdonar el error, pero no la mentira.
Por eso, estas líneas serán lo más sinceras posibles con usted.
Las acompañan un recuerdo de hace siete años: la primera vez que visité una minera. Iba con el prejuicio encima: las imágenes de ríos con relaves, de una Oroya contaminada, de la tierra saqueada. Para mi sorpresa, durante ese viaje el enemigo abstracto encontró una cara más amigable de lo imaginado: conocí ingenieros ambientales tomándole el pulso al agua, un proyecto para guardar agua de lluvias y cedérsela a los agricultores vecinos y, también, la reforestación de un enorme terreno tras un cierre de mina. La suerte quiso que con los años visitara otras mineras que se esforzaban por ser responsables con su entorno rural, y algo me quedó claro: el mundo se me volvía a presentar con más matices de los que imaginaba. La minería no era buena o mala per se: lo que la movía a un lado o al otro era la calidad profesional de quienes la practicaban.
Fue en ese trance, hace cuatro años, cuando conocí a los funcionarios de nuestra Sociedad Nacional de Minería. En esa mesa conocí a profesionales con virtudes y defectos distintos, como los tenemos todos, pero con una visión común: que los peruanos reconocieran que, junto a esa minería abominable, mayoritariamente informal, que tanto daño le hace a nuestro país, también convive una en proceso de consolidación, responsable con los vecinos, el Estado y sus accionistas. Que algunas de esas empresas sentadas en la mesa habían tenido accidentes y metidas de pata en el pasado, eso era claro. Pero también era claro que habían sido eso, accidentes, y no métodos planificados de ejecución. Con ese conocimiento me sobrevino otra noción: la minería es un factor tan gigantesco en la economía de nuestro país, que pretender crecer sin ella es utópico. Un estudio del Instituto Peruano de Economía señala que en el año 2009, el 32.4 % de los pagos al fisco peruano provino de los impuestos mineros. Dos años antes, había sido el 49%. Otro informe del Ministerio de Energía y Minas señalaba, en enero de 2011, que el 60% de las exportaciones peruanas provenían de la minería.
Estas cifras sugieren que la minería es un gigante necesario, al menos mientras no desarrollemos otras actividades, algo que definitivamente debemos hacer: nunca ha sido bueno tener todos los huevos en una sola canasta. El problema es que consolidar esas alternativas tomará décadas, y el país no para de demandar ingresos. Por eso, al menos durante estos años, nos conviene atraer minería responsable que mantenga el crecimiento y financie tantas tareas de integración y de servicios vitales que hacen falta. Fue así que cuando la Sociedad de Minería me buscó para asesorarla en una campaña relámpago que apoyara esta idea, estuve de acuerdo. Sus técnicos tenían la data estadística y, sabiéndose núcleo de muchas miradas, la examinaron con esa carga. Uno de los comerciales resultantes fue aquel famoso de Oblitas. A pesar de haber sido testeado y aprobado, no era seguro que saliera, pues era muy directo con el tema de los impuestos. Sin embargo, el calor de la Copa América hizo que apareciera, de la noche a la mañana, durante un partido clave.
Por él he recibido adhesiones. Pero también muchos palos.
Un amable representante de la Sociedad de Minería, cuyo nombre me reservo, me hizo ver el lado bueno: con poquísimos recursos, el tema de la competitividad de las inversiones mineras se ha puesto en agenda y ya está en discusión. Si mi contraparte sabe verle el lado amable, ¿por qué estoy yo tan apagado?
¿Por qué cargo con la sensación de tener que pedir perdón, aunque no sé exactamente de qué? Momentos antes de escribir estas líneas, tuve la respuesta.
No es que deba pedir perdón por trabajar para mineros. Sobre todo, para mineros que durante años me han demostrado un esfuerzo por ser responsables.
Debo pedir perdón por el recurso.
Alguna vez hice alusión a Chile para defender nuestro pisco. Y resultó.
Esta vez hice lo mismo y, aunque se generó el mismo revuelo, contradije una noción que aprendí desde entonces: se puede comunicar, pero sin necesidad de revivir pulsiones no constructivas.
Aquella vez estuvo bien: hoy debemos ser otro país.
Por eso es que le pido perdón.
Postdata: Mi respuesta a sus comentarios, brevísima, está en un post que puse a continuación de este. Gracias.
Suscríbete a estos artículos
Solo escribe tus datos y recibirás las actualizaciones de mis artículos y promociones exclusivas en contenidos descargables.