El closet de Bruce y la repisa de papá
- 23/05/2014
Un día antes de que Carlos Bruce diera su histórica entrevista al diario El Comercio –no encuentro otro adjetivo al hecho de que un político peruano haya asumido su homosexualidad ante su país– estaba con él en un café, intercambiando ideas sobre su revelación inminente. Conozco a Bruce desde hace catorce años y lo asesoré en todos los cargos que ocupó desde entonces.
En todo ese tiempo no tenía idea de que fuera homosexual.
Y cuando en los últimos años los chismes limeños se hicieron insistentes, el que fueran verdaderos me importó un chopino.
Mientras conversaba con Carlos ante las tazas humeantes, pensaba que aquello podía deberse a mi padre. Para ser honesto, mi papá nunca me habló de ciertos temas que sí trato de transmitirle a mis hijas. Era un tipo amable, sociable, muy querido por sus amigos, pero hermético para conversar con nosotros. Sin embargo, sí tuvo la enorme inteligencia y confianza para darme acceso a gente muy valiosa que podía hablarme por él: los autores de su pequeña biblioteca. Y aunque varios de sus libros estuvieran cargados de violencia y erotismo, jamás se opuso a que los leyéramos. El día que conecta mi infancia con mi apoyo a la causa de Bruce está claro en mi memoria. Era de noche y en la repisa habían aparecido ocho tomos bajo el nombre de “El almanaque de lo insólito”, escritos por el novelista Irving Wallace y su hijo, David Wallechinsky. En este compendio los autores se habían tomado el trabajo de recopilar datos, listas y hechos curiosos sobre la condición, logros y tabúes del ser humano. Esa noche, antes de dormir, apareció ante mis ojos una lista que dinamitó mi mente infantil y provinciana: “Homosexuales célebres de nuestra historia”. ¿Era posible que Alejandro el Grande, el genio militar que había dominado al mundo de su época, no hubiera sido un machazo como solían pintar a los soldados? ¿Podía ser gay también aquel hombre grandioso que había pintado un milagro en el techo de la Capilla Sixtina del Vaticano y que había esculpido un Moisés al que solo le faltaba hablar?¿Sería posible que Miguel Ángel y Leonardo estuvieran hermanados no solo por el genio sino también por su condición homosexual? ¿Y qué decir de aquel irlandés que tanto bien me había hecho cuando leí su “Gigante Egoista” y su “Príncipe Feliz”?
Dudo que la lectura sea el único requisito para formar mejores personas desde un punto de vista espiritual. Después de todo, existen despiadados muy cultos. Pero sí es un extensor maravilloso para que nuestras mentes no se queden en la estrechez de dos dimensiones (bueno o malo, blanco o negro) cuando en el mundo hay mucha mayor complejidad. De solo haber tenido acceso a un televisor y no a esa repisa, quizá habría crecido con la imagen caricaturizada que tanto ha repetido nuestra televisión sobre los homosexuales y no con la noción vital de que el roce de una persona con la grandeza no tiene que ver con el roce de sus genitales.
De aquí nace una pregunta que rebota: ¿Ser un país con tan bajos niveles de lectura y ser también uno de los más prejuiciosos no es una relación obvia?
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