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“Dos volcanes, un mismo magma”

  • 03/05/2010

Entrevista realizada por Carlos M. Sotomayor (Letra Capital).

Si con su primera novela, “La furia de Aquiles“, Gustavo Rodríguez evidenció que se trataba de un interesante autor a tener en cuenta, es con “La risa de tu madre“, novela finalista del Premio Herralde, que ratifica su talento narrativo. Ahora nos presenta “La semana tiene siete mujeres” (Planeta, 2010), una novela que, además de resultar finalista del Premio Planeta-Casamérica 2009, lo consolida como un autor importante.

¿Cómo surge “La semana tiene siete mujeres“? ¿Cuál fue el disparador?
Me imagino que en toda novela hay un disparador coyuntural y una razón sumergida. Empezaré por la razón sumergida. Y es que esta novela trata de un blanco empobrecido y de un cholo enriquecido. Entonces, de alguna forma en la novela busqué evidenciar dos aspectos que habitan en mí también, como parte de una sociedad mestiza, en la que hay una enorme cantidad de personas que conviven entre dos orillas. En esta sociedad donde uno es más blanco o más cholo según el espacio en donde se mueve, según los referentes que se tienen de él y según quién tiene al frente. Entonces, el disparador que yo recuerdo se da cuando me imagino que, producto de estas divagaciones que he tenido a lo largo de mi vida sobre esta condición, un día, hace varios años, me acordé que mi esposa en ese momento, quien es blanca y rubia, hija de español y norteamericana, había tenido cuando era más chica un noviecito que también venía de una familia extranjera. Entonces yo me pregunté: ¿qué habrá sentido ese chico cuando tiempo después la vio conmigo (y en esa época éramos una pareja desigual, al menos del punto de vista visual)? Y allí creo que fue donde empezó a nacer este personaje blanco empobrecido…

Allí decides que la novela debía ser narrada por ese personaje…
Me parece que sí. En paralelo, un buen amigo mío me había contado una historia, una anécdota relacionada a la muerte de su padre. Cuando su padre fallece, se da el velorio, van sus alumnos de la universidad a darle el pésame a la viuda. Y cuando le señalan a la viuda ellos dudan y dicen “pero esa no es la señora que conocemos”. Entonces les señalan a otra mujer y dicen que tampoco es. Te imaginarás el desconcierto de mi amigo cuando se enteró que su padre había tenido más aventuras de las que él presumía. Entonces, yo creo que ambas anécdotas o puestas en escena que se dieron en mi cabeza contribuyeron a que esta novela se disparara finalmente teniendo como fondo las preocupaciones que todo mestizo suele tener en un país como el nuestro.

¿Cómo así decides la estructura de la novela? ¿En qué momento decides no sólo que este personaje narra la historia sino que, además, escriba estos informes sobre su investigación (él debe investigar, a pedido de la viuda, a las amantes del fallecido marido), en donde incluso ficcionaliza situaciones que no ha presenciado, como una especie de Truman Capote sentimental…
Sí, bueno en realidad no me acuerdo cómo decidí eso. Empiezo a acordarme o a inventar que me acabo de acordar. Yo empecé esta novela sabiendo cómo iba a terminar. Cuando uno escribe una novela, hay dos momentos de escritura, la escritura en la mente y la escritura en el papel. Yo recuerdo que antes de escribirla en el papel yo ya tenía una estructura de cómo iba a suceder el conflicto entre estos dos personajes principales, cómo las mujeres iban a dar su testimonio y cómo iba a terminar la novela. No tenía claro cómo iba a ser la investigación. Lo que sí me acuerdo es que cuando este narrador empieza a contar cómo nació el pedido de su ex amor de investigar a estas mujeres, yo me dije: este pata está narrando el tema con mucha visceralidad pero también con mucha claridad narrativa. Este pata debe escribir bien. Entonces, allí decidí que el personaje debía ser un escritor frustrado que se ha visto reducido por las circunstancias a ser un profesor de literatura en un colegio parroquial. Y sí, se alucina un Capote en algún momento.

¿Se puede decir que es la novela que más te ha costado escribir?
Sí, yo creo que por el tema. Porque creo que es la novela más visceral que he escrito. Me refiero que tocan dos temas que para mí siempre han sido de preocupación: el prejuicio racial en el que estamos inmersos siempre y la infidelidad como un tema poco hablado en sus razones, en sus fuentes. Porque se habla como chisme, pero no como un fenómeno que tiene como nacimiento en alguna parte de la vida de la gente. Creo que es una novela muy sincera que recoge no sólo cosas que me pueden haber pasado a mí, sino cosas que he visto que le ha pasado a mucha gente. Por eso es que ha sido más complicada.

En la presentación señalaste también que temías que la novela pudiera teñirse de cierta impronta sociológica, teniendo en cuenta que vienes de escribir un libro en el que abordas el ensayo…
Hacia el final de la novela, cuando terminé el primer borrador le di una leída y me dije: ¿no estaré siendo demasiado ingenuo al traducir mi preocupación por la emergencia social en el país? ¿No estará contaminada de ensayo la novela? ¿No estoy llevando mi trabajo a la novela? Le di una segunda revisión tratando de quitar lo que a mi juicio podría ser panfletario o solemne con las observaciones con la sociedad en la que vivimos.

¿Consideras que en el tema del racismo hay un avance? Es decir, hace unas décadas atrás, el que un cholo le quitase la novia blanca a un “pituco” era impensado…
Yo he dicho que si bien esta novela es ficción, hace treinta años hubiese sido ciencia ficción. Yo no creo que el prejuicio racial haya disminuido en el país, necesariamente. Pero lo que sí hay es una mayor aceptación de cómo estamos constituidos como país, finalmente. Ya no hay una negación de lo que somos. Y ya no siento tanta burla de lo que somos. Burlas de las élites. Porque creo que poco a poco el ascenso social ya no está tan vestido de aristocracia sino también de meritocracia. Lo vemos en manifestaciones cotidianas. Lo vemos en las portadas de las revistas de sociales en donde Magaly Solier ha sido carátula en base a sus méritos. O el Grupo 5 llenando las portadas de Espectáculos…

Hacia el final de la novela, el narrador silba una melodía de los Beatles. ¿Es un guiño a Murakami por Tokio blues? ¿Es un guiño a Murakami?
Sí. Cuando yo leí Tokio blues, que se llama Norwegian Wood en la versión original, hace años, a mí me impactó la melancolía de la novela. Y de alguna forma me acompañó en el tono de la novela la melancolía expuesta por Murakami. Pero en mi novela yo quería que esa melancolía tuviera una fusión con la esperanza. Aunque el proceso de sanación de una persona si bien puede ser muy duro, te abre una ventana de mejoría a la larga.

Esta es tu tercera novela. Sin embargo, también has publicado un conjunto de cuentos. ¿En qué género te sientes más cómodo?
Yo me siento más cómodo con la novela, quizás porque soy un tipo de relaciones largas. Pero, no sé, no le encuentro la razón. Es curioso porque al inicio, cuando empecé a escribir literatura (todos empezamos con relatos cortos), yo pensé que el salto a la novela jamás lo iba a dar. Pero el día que empecé y lo hice, me di cuenta que me sentí más cómodo con ese proceso que con el de la narrativa corta.

Cuando publicaste tu primera novela, eras ya un publicista muy reconocido. Ahora, con tres novelas publicadas, dos de ellas finalistas en importantes premios internacionales, cómo te ves, cómo te defines.
Es difícil decirlo. Bien lo has dicho, cuando yo publiqué mi primera novela, La furia de Aquiles, me consideraba un publicista que también escribía literatura. Con el correr de los años, entre La furia de Aquiles y esta novela, me he dado cuenta que es justamente al revés: que toda mi vida fui un narrador, desde que era niño, y que encontré en la publicidad, en un momento de mi vida, una excusa para seguir narrando y para vivir de eso, de lo que sé hacer: narrar. Lo que podría decirte ahora es que adentro tengo un magma que sale al exterior en dos volcanes: la literatura y la comunicación.

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