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Diez segundos para las doce

  • 11/02/2012

Cuando trabajaba exclusivamente en la publicidad e iba ascendiendo posiciones en ella, me fui dando cuenta de que era parte de un tejido donde la vanidad y los egos se sujetaban a doble pespunte. Las revistas gremiales ideadas para vernos retratados en ellas, los festivales de creatividad que lucraban con nuestros anhelos y los sarcasmos que solíamos usar con nuestros colegas eran algunos de sus síntomas.

Cuando pasé a pertenecer al gremio de escritores pensé que aquello iba a ser diferente.

Sin embargo cambiaron los temas de discusión y algunas muestras de frivolidad, pero la pugna por ser mejor percibido que el colega se mantuvo.

Como bien lo señala Juan Manuel Robles, Gastón Acurio y los demás cocineros peruanos deben ver con extrañeza a este gremio literario donde los integrantes se atacan de manera irracional. Porque lo lógico y benéfico es, justamente, hablar bien de tu competidor (o matizar sus falencias) para el beneficio de todos: si los escritores peruanos recomendáramos nuestras obras mutuamente en vez de rebajarnos entre nosotros, seríamos mucho más leídos. Cuando se refería a la producción de espectáculos, Jerry Lewis lo decía de esta forma: “mientras mejor le vaya a mi competencia, mejor me irá a mí”.

Debo confesar que a veces me dan accesos de tristeza cuando veo que un colega o un crítico ataca sin necesidad a un amigo mío o a mí mismo. Pero, aunque lo siguiente suene descabellado, hay momentos en que el astrónomo Carl Sagan viene en mi ayuda. Yo era un chico cuando su programa, Cosmos, era transmitido por nuestra televisión. Recuerdo de manera especial el episodio de su calendario cósmico: Sagan se paseaba por un enorme calendario anual al que había trasladado proporcionalmente los eventos del Universo. Así, los primeros segundos del 1 de enero estaban ocupados por la gran explosion que dio origen a nuestro Universo, y hacia setiembre ya se había formado nuestro sistema solar. Lo que no dejó de impresionarme hasta hoy fue lo siguiente: toda la historia de la humanidad que se encuentra en nuestros libros aparece recién cuando faltan 10 segundos para que termine el 31 de diciembre. Todas nuestras guerras, pasiones y proezas no eran más que los últimos segundos de aquel calendario. Aristóteles, Shakespeare, Víctor Hugo y otros gigantes del pensamiento no son más que apariciones levísimas en la enormidad del conjunto que nos acoge. Así que si esas mentes portentosas no son, a la luz de nuestra Historia, más que unas frágiles briznas, ¿qué no seré yo cuando me creo mejor que los demás? ¿Qué no será aquel colega que quiere surgir de la manera equivocada?

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