Cabreado
- 21/02/2014
Estoy algo cabreado, como hace doce años.
En esa época colaboré con una organización que trabajaba por los niños y adolescentes víctimas de la violencia doméstica.
Para que se me entienda el enojo, quizá deba compilar la historia que más me impactó.
En esa época Fernando Z. tenía once años. Su casa estaba en un barrio populoso. Vivía con su madre y su padre, quienes tenían un negocio de menú. Les iba bien. La comida era buena y barata, y se llenaba de comensales fijos del barrio y de obreros y “maestritos” itinerantes. El padre de Fernando Z., además, se había ganado las sonrisas de muchos vecinos porque les fiaba y les otorgaba cortesías.
Pero nadie sabe lo que oculta una trastienda o unos modales zalameros: el padre de Fernando Z. tenía un Míster Hyde que solía irrumpir con violencia en su casa. Algunos vecinos lo sabían, o por lo menos lo intuían. Pero en todo ese tiempo, ninguno de ellos acudió a la Demuna del distrito a poner su queja, aunque podían hacerlo de manera anónima. Felizmente para Fernando Z., un día su madre no calló más y la vida del chico empezó a cambiar. Tan solo escuchar el testimonio de la madre de Fernando Z. me llevó a que ese año ayudara a que la labor de las Demunas se hiciera más conocida.
Pero la pregunta me martilleó un buen tiempo: ¿Por qué un vecindario que tenía sospechas de ese maltrato se guardó su testimonio? ¿Era la incredulidad de que un tipo tan simpático pudiera ser vil a la vez? ¿Pesaba más el beneficio de un menú fiado que la psique de un niño? ¿En verdad estaba tan arraigada esa noción de que “en problemas de otra casa, mejor ni meterse”?
Y ahora que veo las imágenes de las manifestaciones acalladas en Venezuela, una pregunta muy parecida me asalta: ¿Por qué los mandatarios de América Latina, este barrio que compartimos, han sido tan tibios con la violencia contra esos jóvenes venezolanos que sienten que su gobierno les mutila las libertades?
Lo que más me cabrea son esos artículos y comentarios en las redes que han aparecido últimamente: pertenecen al mismo tipo de fuego cruzado que envolvía a los vecinos de Fernando Z. cuando buscaban justificaciones. Así como en ese barrio de hace doce años el develamiento de un abuso destapó también posiciones interesadas y prejuicios lamentables en los vecinos, la represión a las protestas en la Venezuela de Maduro ha hecho ventilar demasiada posición política pero escasa solidaridad. El sistema de ideas que sostiene al fascismo o al comunismo es solo la excusa para esconder algo más primitivo: que cuando un grupo de miserables se siente en la cúspide del poder, siempre verá la manera de prolongar ese sistema, de la misma manera en que el padre de Fernando Z. hubiera querido perpetuar el sistema despótico que creó en su infierno doméstico.
Así que, por favor, no me jodan con justificaciones ideologizadas de uno u otro bando.
Un gobierno que usa su poder para cortar libertades y perpetuarse es algo que los peruanos ya padecimos con regímenes tanto de derecha como de izquierda. Perderse en justificaciones o discusiones es faltarle el respeto a las víctimas de esa represión, como ocurrió alguna vez con ese niño que no puedo olvidar.
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