El himno más torpe
- 10/07/2015
Un candor viral ha llevado a muchos habitantes de América a creer que sus países tienen el segundo himno nacional más bonito del mundo. Así lo he escuchado en Perú, Ecuador y Colombia y es de extrañar que quienes así lo creen no se hayan preguntado quién fue el jurado que otorgó dicho subcampeonato, o que no sospechen que haber premiado por unanimidad a la popular Marsellesa es solo una confirmación que hace más creíble el fraude del travieso fabulador.
Sin embargo, y sin necesidad de concursos, yo sí que me acabo de topar con el himno más idiota del mundo, tan solo debido a esta segunda estrofa. No es broma. Aparece en la guía del estudiante de la Universidad César Vallejo:
En memoria del genio César Vallejo
Y su ilustre fundador Cesar Acuña
Es consigna de estudiantes y maestros
Lograr que el mundo adquiera fe y paz
Donde quiera juventudes Vallejianas
Reafirmemos nuestra promesa
De forjar el desarrollo entre los pueblos
Y alcanzar un día la gran integración.
El actual gobernador de La Libertad, César Acuña, merece respeto por su sagacidad para hacer empresa, pero también merece escuchar su himno en el infierno por toda la eternidad por su manera de encarar la política y el desarrollo de las sociedades. Cuando en su condición de alcalde de Trujillo el señor Acuña fue invitado a inaugurar la feria del libro de la ciudad, llamó la atención que confesara que casi nunca lee ni escribe, lo cual constituye la prueba más honesta de cinismo e incoherencia que he visto en mi vida. Además, como este himno lo demuestra, no duda en aparecer en cuanto material promocional produzca su universidad, pues conoce y alimenta esa noción de que el primer requisito para que voten por uno es ser conocido. Ya lo demás se construirá en el camino. Por supuesto que Acuña no es el único responsable de su forma de actuar: él es hijo y cómplice de la sociedad malguiada en la que hemos vivido las últimas décadas. En esta sociedad, en el ardor de conseguir nuestros propósitos, nos olvidamos de nuestra propia consistencia: puteamos contra el taxista que viene contra el tráfico, pero hacemos lo mismo en bicicleta; insultamos a la televisión que maleduca a nuestros hijos, pero no pasamos más tiempo con ellos y así, sucesivamente, hasta que ya no nos parezca escandaloso que el fundador de una universidad se ufane de no tocar un libro salvo para emparejar la pata de la mesa. En esta sociedad también nos olvidamos de que los grandes países se han construido con base en contratos sociales y no en la obra de un solo caudillo. Creemos, como los niños lo hacen con Papá Noel, que en las siguientes elecciones sí nos tocará el bueno, el Acuña de turno, y nuestras injusticias se borrarán como por conjuro, en lugar de pedir con asedio las reformas de todo el sistema. Y así, pues, aparecen los Castañedas de amarillo o los Mauricio Diez Canseco, o los Humala, o las Keiko, o los Kuczynski con –¡oh, casualidad!– el partido o el símbolo que lleva sus siglas.
Pensandolo bien, no es que este himno sea burdo. Lo es nuestro país.
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