En diez años hablamos
- 17/12/2013
El árbol que nos ocupa ha florecido desde los albores del tiempo y de una rama suya hoy pende un fruto muy particular. En realidad, decir “muy particular” es ser mezquino: se trata de la fruta más hermosa que este árbol ha criado y criará en toda su existencia. Tendría usted que palpar su redondez y sentir su aroma; imaginar esa pulpa firme que ha crecido jugosa, con el almíbar exacto para encantar sin empalagar. Tan especial es esta fruta que uno de sus destinos podría ser, llegado el caso, ser el regalo de un noble dignatario dentro de una caja de plata.
Pero ay.
Cuando caiga al suelo pasará inadvertida.
El encargado de su cosecha estará ausente el día que se desprenda y este portento terminará siendo un marchito abono al pie del árbol.
La fruta se me aparece en la imaginación mientras recuerdo a Álvaro Henzler, cofundador de Enseña Perú, cuando habla del Bono Demográfico en la última CADE. Quizá usted lo ignore tal como yo lo hacía: se trata de un fenómeno que se da una vez en la vida de las naciones. Si usted ha escuchado hablar de los baby boomers en los países anglosajones (aquellos niños nacidos luego de la segunda guerra mundial), pues debe saber que estos ciudadanos conformaron el Bono Demográfico que les tocó a esos países. La buena noticia es que este fenómeno ya está empezando a darse en Latinoamérica y el Perú está en el grupo. El promedio de edad ahora en Alemania es de unos preocupantes 47 años. En Estados Unidos es de unos 37 años. En nuestro país es de 27 años. En estos momentos está creciendo una población joven en capacidad de sostener a todo el país y de llevarlo a otro nivel. Estamos hablando de una mayoría en edad de estar integrada (o de integrarse pronto) a la actividad productiva: un grueso de hombres y mujeres entre 15 y 59 de años con capacidad de trabajo, ahorro e inversión. En contraposición tenemos una población infantil ya no mayoritaria y una tercera edad todavía no muy numerosa para ser mantenida. Es el momento del músculo eficiente, del cerebro esplendente, de nuestra mayor potencialidad demográfica como país.
Pero, claro, toda buena noticia trae una tormenta en ciernes.
¿Seremos capaces de brindarle a los niños que conformarán nuestro Bono Demográfico la formación que se requiere para no desaprovechar esta oportunidad única?
¿Dejaremos que la fruta se desaproveche ahora que sabemos exactamente cuándo caerá?
La buena noticia, nuevamente, es que nuestros expertos en educación saben qué hacer. Henzler daba solo un ejemplo que resulta obvio: cuando se trata de educación, los think tank han encontrado que nada revoluciona tanto la formación de un niño como un maestro competente e inspirador en clase. Si tan solo en nuestros países los maestros ganaran más que un supervisor de mina (después de todo, los primeros producen insumos más valiosos) quizá más y mejores mentes serían atraídas para liderar las aulas y no tendríamos que estar preocupándonos ahora de esta historia.
Lo verdaderamente preocupante es que hasta ahora ningún gobierno ha parecido demostrar voluntad política para realizar una cruzada que atraviese la conciencia del país para que dentro de diez años empecemos a tener una fuerza productiva competitiva y capaz de transformar economías que crecen hacia sociedades que se desarrollan. Ese sueño verbalizado que viaje de boca en boca y por el que todos pondríamos nuestro sudor en juego.
Tenemos diez años antes de que este fruto ideal caiga.
Qué buena noticia. Y qué miedo.
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