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Queridos todos y todas

  • 28/03/2014

MENÚ DE HOY:

Frejoles afroperuanos
Menestras con habilidades diferentes
Lomo con necesidades básicas insatisfechas
Corvina a lo hombre retrógrado

En nuestro país, cada vez hay más ojos agazapados a la espera de que usted o yo cometamos un error que pueda leerse como prejuicio. Es natural. Cuando pienso en la evolución de las sociedades y me enfoco en el Perú, es difícil pasar por alto los procesos de inequidad que aún están lejanos de acabar, aunque ya se hayan dado pasos auspiciosos.

Quizá estas voces críticas y muchas veces exageradas sean el síntoma de que al menos la indolencia ha terminado.

En nuestro país ya no se puede hablar de cholos con la impunidad de otros tiempos y, al menos en nuestras ciudades, es mal visto censurar a una mujer que busca realizarse a través de una carrera en lugar del matrimonio. Pero como ocurre con todo proceso social importante, los avances solo pueden medirse a través de las décadas: hasta 1998, una generación atrás, un violador podía escapar del castigo penal en Perú si se casaba con la víctima. Una monstruosidad que implica que la noción de familia tiene más valor que el de la mujer como individuo. El hecho de que aun genere polémica el aborto terapeútico en nuestro país es un eco de eso mismo y también de las fricciones de un proceso.

Sin embargo, en busca de la equidad social solemos caer en extremos, porque donde ha habido tanta postergación es válido que haya rabia contenida. O quizá también porque sufrimos el fanatismo del rehabilitado, como esas personas que se convierten en ultra fanáticos de una fe después de haberse descubierto como pecadores impenitentes. Si un día la sociedad me ampayara exclamando “qué lindo ese bebé, todo rosadito”, de inmediato se me acusaría de racista cuando tal vez solo haya querido hacer una descripción. Y cada vez que envío un correo masivo con el encabezado de “Queridos amigos”, me pregunto si entre mis conocidos no habrá alguien que en silencio me reprochará el no haber escrito “Queridas amigas y amigos”. Como la mayoría, quiero una sociedad más justa para mis hijas, mis amigos y mis compañeros de planeta, pero también tengo el derecho de advertir los extremos. Y como el lenguaje es mi nación personal, debo defenderlo y señalar los excesos que caen en lo risible, ese “Queridos todos y todas” que cierta vez me pareció escuchar en un discurso. Es verdad: el lenguaje marca a las personas, a veces de por vida. Pero más poderoso y menos postizo es aquel proceso por el cual la sociedad es la que cambia en sus acciones y costumbres y al lenguaje no le queda más que adaptarse. Lo contrario, por más que la intención sea buena, corre el riesgo de caer en el ridículo y de que terminemos escribiendo un menú tal como está indicado arriba, en un ejercicio que mi amigo Germán Vargas inició en twitter y que yo me he dado la libertad de sazonar y publicar aquí. Para quien lo quiera bien escrito, aquí va:

Frejoles negros
Lentejitas
Lomo a lo pobre
Corvina a lo macho

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