El poeta impostor
- 24/08/2019
–Sabrás que es el único poema que he escrito a pedido.
Quien me responde, risueño como siempre, es Marco Martos.
Nos vemos, a lo sumo, dos veces al año, cuando nos invitan a un mismo festival literario o al mismo cóctel, y por eso siempre trato de aprovechar nuestros encuentros. Entre abrazos, lo acabo de felicitar porque su poema “El Perú” se ha vuelto a hacer viral luego de haber sido leído y proyectado en la inauguración de los recientes Panamericanos de Lima.
Es ese que dice:
No es este tu país
porque conozcas sus linderos,
ni por el idioma común,
ni por los nombres de los muertos.
Es este tu país,
porque si tuvieras que hacerlo,
lo elegirías de nuevo
para construir aquí
todos tus sueños.
–Me lo pidieron unas maestras a fines de los ochentas.
–¿En serio?
–Dizque para que los niños amen al Perú a través de la poesía.
A punto estoy de decirle que aquel extraño pedido fue visionario, cuando Marco se acomoda los anteojos y me comparte otro recuerdo.
–¿Sabes que una vez me suplantaron como poeta?
En 1970 Marco ya había publicado los poemarios “Casa nuestra” y “Cuaderno de quejas y contentamientos” y había ganado el Premio Nacional de Poesía José Santos Chocano. Ese mismo año había sido parte del jurado que premió a Antonio Cillóniz y a José Watanabe como Poetas Jóvenes del Perú. Ese año también llegó a sus oídos una extraña novedad.
–Me lo contó mi amigo Lorenzo Osores. Sí… creo que fue él.
Por esos tiempos, en los colegios de Trujillo se presentaba un hombre que decía llamarse Marco Martos para recitar su poesía laureada en las aulas. Aparentemente no le pedían ninguna identificación, por lo que pudo declamar los poemas del verdadero Marco Martos en varias oportunidades.
–¿Y cobraba por eso?
–No, no cobraba nada.
–Qué loco.
–Pero un día llegué a verlo.
Una tarde de 1973, Marco caminaba con su amigo por el parque Kennedy de Miraflores, en Lima. Era un día festivo: la gente se aglomeraba en los senderos.
–“¡Mira, mira…!, me dijo mi amigo: “¡Ese es el que te ha suplantado!” Yo volteé y lo vi salir corriendo.
–¿Y se parecía a ti?
–Era más mestizo. Lo que sí, era flaco, como yo lo era entonces.
–Quería tu corona de laureles. Solo eso.
Marco sonríe, cohibido. Un mesero nos extiende pisco sours.
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