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Cinco mitos sobre nuestros colegios

  • 22/06/2013

El comunicado del colegio de mis hijas tenía razones para ser optimista: en la última evaluación censal que el Ministerio de Educación hizo en todo el país a niños de segundo grado, el colegio había obtenido un ponderado mayor al de su zona geográfica y bastante superior al del promedio nacional. Qué bueno, me dije. Sin embargo, pronto algo empezó a saberme mal: el número de estudiantes del colegio que había alcanzado el nivel óptimo de comprensión lectora era el triple al del resto del país en conjunto. Y cuando se trataba de matemáticas, ascendía a cinco veces más. Caramba. Ya ni quise imaginar cuánto crecería la brecha si se comparaba al colegio de mis hijas con solamente nuestras escuelas rurales.

Quienes tenemos la suerte de tener a nuestros hijos en colegios privilegiados (no confundir con caros, como se verá luego) tenemos también la responsabilidad de alzar la voz para que esa inequidad se desmorone, pues una sociedad mejor educada en general siempre será un mejor lugar para ellos. A quien ponga esto en duda solo le pondré este ejemplo: si un microbús atropella a su hijo por temeridad del chofer, la culpa no será de la máquina, sino de un sistema que no alienta el civismo ni los valores que trae una buena educación. Por lo tanto, hoy alzaré mi voz desde estas líneas, subrayando algunos mitos que he encontrado en torno a las escuelas a través de muchas charlas sostenidas con pedagogos y de mi labor de promotor de la lectura:

1. “Felizmente mi hijo está en un colegio privado”. No se confíe, que esto no es garantía de nada: nuestro sistema educativo es tan precario que sus deficiencias llegan a todos los rincones. Tampoco es garantía el hecho de que su colegio sea más caro: el colegio que más me ha impresionado en mis visitas por su metodología moderna está ubicado en el poco aristocrático distrito de Villa El Salvador y su rendimiento es tan o más envidiable que el del buen colegio de mis hijas. El mejor colegio no es ni público ni privado: es el que hace sentir contento a su hijo mientras le pone retos.

2. “Aquí los niños ya leen a los 5 años”. Pocas cosas son tan estúpidas como forzar a un niño para que sean nuestras expectativas, y no las suyas, las que se vean llenadas. En Finlandia, el país con la mejor educación pública del mundo, no se exige demasiado la lectoescritura hasta los 7 años. El riesgo a frustrar a un niño cuando aun no está listo se paga caro en el futuro.

3. “Mi hijo está respaldado por un equipo de profesores”. El educador León Trahtemberg compartió conmigo un hallazgo luego de visitar varios centros de excelencia educativa en el mundo: lo mejor es tener menos profesores, pero de excelente nivel. Si yo fuera un chico y tuviera frente a mí a un solo maestro que dominara todos los temas, podría relacionar mejor todas las asignaturas en la misma clase.

4. “Mi hijo es trome en Historia y también en Física”. Eso es bueno, ¿pero tendrá la habilidad de relacionar ambas materias? Por ejemplo, de qué manera un invento como la máquina de vapor (Física) ha incidido en que haya hoy tantos McDonalds en el mundo (Sociales). Fue el mismo León quien alguna vez me dijo que él apostaba por una currícula “pastel de chocolate” donde las materias/ingredientes están inseparablemente ligadas y no por una currícula “salchichón”, donde cada tajada sale separada y sin que el alumno sepa necesariamente su aplicación ni consecuencias prácticas.

5. “El problema nace en la casa. (O en el colegio)”. Desconfíe si el tutor de su hijo le hace sentir que el problema es totalmente de su niño, pero sea también autocrítico para evaluar si usted se involucra lo suficiente con el colegio que eligió. Todo niño necesita coherencia en su entorno. Si su colegio y sus padres están alineados en metas, principios y autocrítica, el niño se sentirá más reforzado en su largo camino al aprendizaje.

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