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¿Y cuál es el apuro?

  • 14/09/2013

Ahora que participo de la crianza de tres chicas adolescentes debo agradecer esos arrebatos, paradojas y ternuras que se mezclan con Crepúsculo, 9gag, Tumblr y Bruno Mars.

Como ocurre con los primerizos que solo hablan de sus bebés, el monotema de mis coetáneos de paternidad es la dificultad de entender a estos chicos que se creen grandes como para tomar sus decisiones pero que, en la práctica, no podrían sostenerse 48 horas fuera de sus casas.

Por ejemplo, el año pasado una mamá se quejaba de algo que he notado en una de mis hijas:

–Mi hijo sigue reprobando los mismo dos cursos desde el primer trimestre.


–¿Le has dicho que le conviene mejorar notas para entrar más fácilmente a la universidad?


–Le importa un carajo no estar en el tercio superior. Dice que igual va a ingresar.

Y el chico tenía razón: al año siguiente entró a una universidad privada que le dio todas las facilidades para tenerlo entre sus aulas.

Confieso que me gusta la idea de un joven que manda a volar un curso que no le interesa o que el colegio no ha sabido proponer como interesante. Pero me repele que crezca con la noción de que la falta de rigor en la vida no tiene consecuencias. Desafortunadamente, los padres que predicamos que hay que gozar hasta el tuétano las materias que nos gustan pero que también hay que saber torear con un mínimo de responsabilidad aquellas que no nos son afines, nos encontramos desarmados ante un sistema educativo que es muy permisivo con la mediocridad.

Hasta hace una década, el gran cuco relacionado a la educación para padres e hijos era el ingreso a la universidad. Nuestra literatura, publicidad y anécdotas nacidas en esos tiempos dan cuenta de mucho estudio y nervios. Ahora es el ingreso a la primaria de las escuelas privadas lo que le quita el sueño a los padres y, lamentablemente, a los pobres niñitos de cuatro años que no entienden esa ansiedad que los rodea.

¿Qué conclusión se saca de esta época en la que los niños enfrentan antes de tiempo el estrés de ingresar a un colegio y al salir son recibidos con suavidad en la universidad? Que lo que ocurre en medio es una gran estafa colectiva: asistimos a una gran faja transportadora que inocula la ilusión de la competitividad pero que en verdad se mueve en función al dinero, tal como ocurre con las avícolas que mantienen las luces encendidas en las noches para que los pollos piensen que es de día y sigan comiendo.

–Debo ir a la charla de la universidad de mi hijo –comentó hace poco la misma señora.


–¿Qué charla? –le dijimos.


–La que dan a los padres de familia.

Y con esa respuesta se confirmó algo que ya adelanté: a causa de la inmadurez imperante entre los egresados de nuestras escuelas, las universidades son extensiones de la secundaria. Ninguna persona que hoy tenga más de cuarenta diría que su padre tuvo que acompañarlo alguna vez a la universidad: hacerlo a la graduación (ni siquiera a la matrícula) era lo único imaginable.

¿Qué hacer, entonces, contra este sistema?

Boicotearlo.

Si no puede resistirse a la presión de meter a su hijo pequeñito en el estrés del ingreso a un colegio, al menos aliente su madurez antes de ingresar a la educación superior. Que antes viaje solo, que trabaje, que pase uno o dos años de responsabilidad controlada, porque pocas imágenes son tan patéticas como la de un universitario con su papito al lado.

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