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Una llamada majadera

  • 04/09/2010

Mi celular mostró un número desconocido, y aún así contesté.

Era una voz joven: “Soy periodista del canal X de televisión y el celular que me han asignado se ha  estropeado. Tengo su número, pero no sé quién es usted”. Me quedé en silencio. Imagino que aquella pausa lo llevó a contraatacar.

“Necesito que me diga quién es usted para tomarlo en cuenta en futuras entrevistas”. Recién en ese momento le respondí:  “Discúlpeme, pero yo a usted no le conozco. No puedo darle mi nombre”. Aquel extraño diálogo entre desconocidos continuó por su lado. “Le repito que soy periodista”, dijo, y me pareció que durante esa frase se había subido a un pedestal. Yo me piqué. “Y yo le repito que a usted no le conozco. Si usted se pusiera en mi lugar lo entendería”. Del otro lado de la línea sonó un bramido. Creo que colgué.

Ahora que lo escribo, seguro estaba diciéndome la verdad: un estafador jamás perdería los papeles así. Me preocupa que algunos periodistas puedan creerse aquella vanidosa ilusión de que son el cuarto poder. Poder es una palabra que no combina bien con Servicio. Al pensar -aunque sea fugazmente- que el periodismo es una manera de estar por encima de los demás, los periodistas se emparentan sin querer con aquellos personajes, que paradojicamente, buscan lapidar: los políticos que olvidan que su tarea es servir a la ciudadanía.

El joven que me llamó de manera impertinente actuó como esos funcionarios públicos que viajan tras vidrios oscuros: la vanidad personal (o profesional) no le permitió ver el paisaje tal como es.

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