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Últimas maravillas

  • 11/01/2020

He visto tortugas gigantes aparearse con majestad en Galápagos, he contemplado la explosión de atardeceres violetas en Lima, vi a mi hija menor abrir la boca la primera vez que vio ballet; he visto a un géiser apuñalar al cielo en una isla austral, he visto a danzantes de tijeras retar a la física, he visto al despecho convertirse en belleza en un poema de Blanca Varela; vi en directo el mágico tiro libre de Cubillas que hasta hoy los escoceses recuerdan abrumados, he visto al Urubamba correr plateado bajo la luna antes de ver amanecer en Machu Picchu, he presenciado en Iquitos la locura de mi abuelo convertida en un palacio junto al Amazonas; he visto a un niñito humilde al que le corté el pelo convertido en un ejecutivo treinta años después, he recibido la mirada emocionada de un amigo perdonándome, he visto a mis hijas marchar en contra del machismo; he visto cómo el mar de Tasmania se inserta como una aguja entre fiordos nevados en Nueva Zelanda, he visto dos arcoíris gemelos desde la ventanilla de un avión y de niño vi a Velasco junto a Allende pasar frente a mi casa en un auto descapotable; he visto resplandecer el rostro de mi madre al enterarse de que el hijo que daba por muerto estaba vivo, fui testigo de cómo Maradona eludió a seis ingleses para anotar el gol más épico de la historia, he visto delfines rosados mientras el sol se oculta sobre el río más grande del mundo; he visto el milagro de mi primogénita aferrándose a mi pulgar por primera vez y asistí al de mi segunda hija emergiendo de su placenta; he sentido cómo unos ojos enamorados me desarmaban sin remedio y también me ha deslumbrado la mirada de la mujer con quien quiero pasar mi vejez; he visto al monte Fuji elevarse sobre un lago azul y también he caminado sobre la Muralla China; he visto a un taxista en un Tico amarillo hacerle el nudo de la corbata a un joven pasajero, fui testigo de la noche más feliz cuando Perú clasificó a un mundial luego de 36 años y fui parte también de la marea que cantó llorando en un estadio de Ekaterimburgo; he visto a mi hija enmudecer a un auditorio con su canto de niña, he tocado los moáis gigantes de la Isla de Pascua y he cabalgado sobre un camello frente a las pirámides de Egipto; he visto el iluminado perfil de Manhattan mientras me olvidaba de un amor, he visto a un canguro esquivar mi auto en una carretera y de niño vi a Haya de la Torre encandilar a una plaza en Trujillo; he visto a hienas acercarse curiosas a mi vehículo en África, me he sentido insignificante al caminar en un bosque de secuoyas, he nadado con peces incandescentes en la barrera australiana de coral y, ahora que vi a Rosa Bartra afirmar que el Estado le enseña a nuestras niñas a masturbarse con tornillos y navajas, y a su compañero de partido, Mario Bryce, entregarle un jabón a su contendor para humillarlo en un debate, he visto la bajeza de nuestra política en toda su magnificencia.

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