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Pilotos en la avenida Abancay

  • 09/08/2009

Hace tiempo conocí a un hombre desagradable, que hacía sentir como bruto a su hijo.

El pobre niño estaba condenado a tener una imagen disminuida de sí mismo, y lo peor era que estaba tan acostumbrado a ese trato, que se refugiaba en él para excusarse de su falta de esfuerzo. Algo así como “no me exijas nada, soy bestia”.
Y se trancaba en esa idea.

Me pregunto qué habría sido de él si el padre que le tocó en suerte le hubiera exigido más, pero poniéndole la vara más alta en lugar de bajársela.

Durante el último paro que hicieron los transportistas, un oficial de la Policía Nacional me comentaba que, en el caso de los choferes profesionales, el tema de la proporción de alcohol en la sangre tendría que ser draconiano. Cero por ciento, o a pagarlo caro. Me sonaba razonable. Sin embargo, él me decía que los choferes que escuchaban esta moción, ponían resistencias: “No, pes, jefe… ¿y ese vasito de cerveza a la hora del almuerzo?”. A todo chofer, entonces, le diría: si usted estuviera a punto de abordar un avión, ni se le ocurriría pensar que el piloto de la nave va a ocupar su asiento con algo de licor en la sangre. Lo imaginaría sereno, seguro de sí mismo, concentrado. Lo visualizaría con horas certificadas de vuelo y al día con los últimos exámenes físicos, psicológicos y técnicos. ¿Trago? Ni una chela, mi estimado. Entonces, ¿cómo es posible que usted y los peruanos le pidamos esas condiciones inmaculadas a un piloto de avión, y no se las exijamos a los miles de pilotos de tierra que vuelan a nuestro costado?  En aras de una exigencia que a su vez les eleve la moral, quizá sea bueno dirigirse a los actuales conductores de taxis y combis de esa forma: como pilotos de tierra. Con este enfoque, la dimensión cambia. La mayoría de microbuseros ha hecho tantas barbaridades, que la sociedad los vilipendia. Y también es al revés: la sociedad les ha creado esa imagen despreciable, y lo natural es que los choferes actúen de acuerdo a ella, en un círculo vicioso parecido al del padre con su hijo. Exigir un cambio de conducta sin cambiar la estrategia, o sin dar  ningún incentivo para mejorar la autoestima, es una locura. Ayer leí una crónica de Julio Villanueva Chang, y me quedó clara una cosa: si Ferrán Adriá es considerado el mejor cocinero del mundo, no es porque él se  compare con los grandes chefs del mundo. Él se compara con los grandes artistas del mundo.

He ahí un ingrediente válido en esta cocina tan desordenada que llamamos tránsito peruano.

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