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¿Mudo a mi madre, o qué?

  • 11/09/2015

La unidad vecinal de mi madre se está convirtiendo en un manicomio y ella parece no darse cuenta. Aquel territorio de grandes bloques polvorientos siempre ha tenido problemas entre sus vecinos, pero la semana pasada me quedé seriamente preocupado.
En la última asamblea de vecinos, que fue multitudinaria, el principal caso que se discutió fue el de una señora que perdió un ojo y a uno de sus cuatro hijos a las puertas de uno de los pocos privilegiados “chalets” –oh, la pretención– que existen entre bloque y bloque. El padre de esos niños es un borracho infeliz con costumbres de tirano y, según mi madre, había instalado el terror en esa casa.
–Si al menos fuera productivo –se lamenta ella.
Porque al miedo en esa casa hay que sumarle la carestía (les cortaron la luz y el agua hace meses) y ningún vecino se preocupó de acudir a las autoridades hasta que ya fue demasiado tarde. Hace pocos días la señora decidió huir con sus hijos, el marido descubrió las maletas listas y la aterrada mujer tuvo que escapar con ellos en la madrugada mientras el salvaje los perseguía alcoholizado. La señora, acorralada, se puso a tocar la puerta de ese chalet, pero no quisieron abrirle. El marido los agarró a patadas contra la puerta y el caso incluso ha salido en las noticias.
Me cuenta mi madre que la más furiosa durante la asamblea fue la representante del bloque 8.
“¡Los del chalet son tan asesinos como esa bestia!”, disparó la señora, mientras la apoyaban los aplausos.
–¿Ese bloque 8, no es el de Ticlio? –le pregunté a mi madre.
Me dijo que sí, que efectivamente. El bloque de la furiosa representante es el más hacinado de todos porque sus sesenta departamentos originales se han dividido para albergar hoy a cientos de familias. El caso extremo es el de una señora mayor que vive con sus tres nietos al borde de la neumonía en el techo de ese edificio infernal, en un cuartucho de cartones que poco pueden contra la humedad del invierno. Debido a la altura y al frío, a esa azotea la llaman “Ticlio misio”. Pero la incongruencia de indignarse por los niños atacados ante el “chalet” y de hacerse de la vista gorda con esos niños en la propia azotea palidece si se compara con otro caso que narró mi madre: en otro departamento sospecharon que un muchacho que limpia vidrios había agarrado un dinero de la cocina y le dieron una paliza que lo ha dejado, según ellos, escarmentado. “Si él no es el culpable, al menos hemos dado un mensaje”, se defienden ellos. Lo impactante es que esa familia que tan ardorosamente escarmienta a sospechosos es la que más apoya a la corrupta gestión de la unidad vecinal.
–¿Estás segura de que no te quieres mudar, mamá?
–¿Y a dónde me voy a ir? –me dice.
Sí pues, le digo, nos tocó el país que llora por Siria mientras lincha choros.
Lo de la unidad vecinal, ya lo adivinaba usted, es solo una metáfora.

 

 

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