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Lo siento, es lo que siento

  • 11/11/2011

Hoy vi en un quiosco, y también al cambiar de canal en mi televisor, que parte de nuestra prensa se las sigue ingeniando para alargar la trama del caso Ciro Castillo, como los guionistas de una serie que tiene que llegar, sí o sí, a su octavo mes.

Hastiado, me pregunto: ¿cómo es posible que una buena porción de nuestra mediósfera se siga centrando en dos mochileros que salieron de paseo irresponsablemente, mientras la economía europea se desploma, nuestros conflictos sociales se mantienen y otros acontecimientos cruciales deberían discutirse? Sociólogos, antropólogos y algunos estudiantes de los mitos fundacionales de la psique colectiva nos han dado ya teorías interesantes. Yo me voy a contradecir –maldita sea– agregando unas líneas más a un tema que quisiera ver acabado.

Mi hipótesis es que un sector grande de nuestra prensa –ese actor importante en esta historia– se ha olvidado de que es un servicio público. Pagado mayormente por capital privado, pero servicio público, finalmente.

Cuando los periodistas y los empresarios periodísticos olvidan esto, terminan trabajando para aquello que consideran sus logros personales, muchas veces traducidos en términos monetarios, y no para quien se deben. El dueño del medio que mueve su lupa en el análisis y la coloca sobre los ratings y lectorías, ¿lo hace porque le importa el público? No. Lo hace porque le importan los anunciantes. El titulador que busca una frase impactante, ¿lo hace para que la gente se agolpe en el quiosco? Sí, pero también porque quisiera verse envidiado por sus pares. El editor gráfico que privilegia una foto chocante, ¿lo hace porque su público va a encontrar un ángulo desconocido? No. Lo hace porque así tal vez gane una carátula para su currículum.

La gente que acusa a las corporaciones de ser organizaciones intrínsecamente enfocadas a conseguir resultados numéricos y no el bienestar de su entorno, debería alzarse también contra este periodismo, que hace algo  mucho peor y hasta lo justifica con desfachatez. La excusa de “lo pide la gente” es la más cínica de todas. Prueba que en vez de ser esos profesionales que, desde su educación privilegiada, pueden ayudar a formar conciencias, en verdad tienen el mismo razonamiento ético de un vendedor de drogas o de una tabacalera que le añade nicotina a su público anhelante. Es terrible. Y después, esos mismos periodistas se escandalizan de que nuestro Parlamento tenga tantos congresistas impresentables. Si son ellos quienes ayudan a la idiotización de nuestra sociedad, cuando deberían estar dándole un servicio digno de ciudadanos críticos.

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