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La noche que Michael Jackson entró en mi casa

  • 26/07/2009

A los catorce uno se encuentra siempre a medio camino.

En 1983 yo me encontraba entre la credulidad del niño y la falsa ilusión de la adultez. Me acababan de romper el corazón por primera vez, mi padre se quejaba de la crisis y, la noche que hoy recuerdo, no me habían dejado salir de casa. Encendí la tele y, resignado, sintonicé uno de los dos canales que se captaban en Trujillo.

Entonces sucedió. Y sucedió en vivo.

Se transmitía una premiación musical y los acordes de Billie Jean pusieron en la pantalla a Michael Jackson. Empezó a moverse y sus medias blancas se transformaron en guantes de mago. Y cuando nadie lo esperaba, se deslizó hacia atrás como en una alfombra mágica. O quizá hizo que el escenario se deslizara hacia adelante, no lo sé. Había nacido el moonwalk, y yo había sido testigo.

Si hoy me entristezco por su muerte es, más que nada, por ese momento.

Creer por un instante que la magia existe, no tiene precio. Ni a los catorce ni a los cuarenta.

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