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Fuera las poses

  • 18/12/2015

Hace unos días fui testigo de una conversación muy interesante en Arequipa.
El enorme público congregado desafió lo que solemos denominar como “horas de trabajo” y disfrutó, un lunes a las diez de la mañana, de una mesa que la agente literaria y productora Anna Soler-Pont moderó frente a Alberto Fuguet, Vicente Molina Foix y David Trueba. El tema era el tránsito de la ficción en papel a su adaptación en el cine y, de todas las intervenciones, hubo una que hasta ahora me ronda como un mosquito.
La moderadora le había preguntado a Fuguet cómo elegía a los actores de las películas que ha dirigido, y él respondió:

–Les pregunto quién es su actor favorito. Y aquel que me responde, por ejemplo, “Michael J. Fox”, va pa´ adentro.
–¿Cómo así?
–Mira, si vas a estar ocho meses trabajando con alguien, más vale que te aporte buena onda.

Fuguet tiene razón. No hay motivos para aguantar esnobs durante un rodaje, y menos debería haberlos para soportarlos en la vida. Debería penarse con el ostracismo a quien te hable de deconstrucción, análisis discursivo o de cine iraní desde un pedestal de acrílico y si alguna vez alguien me ha captado una referencia sofisticada por el solo hecho de parecerle interesante, pues le pido perdón: no ha sido más que la inseguridad secuestrando a mi yo espontáneo. Como penitencia –y aceptando que admitir las poses puede ser una forma de pose– voy a confesar que mi actor favorito no es Michael J. Fox, pero sí lo es John Cusack y que nunca he disfrutado tanto de su arte como cuando en “Serendipity” su personaje encuentra el libro donde la chica que ha buscado por años le anotó su teléfono. Admito también que me encantan Spielberg y Zemeckis, que de Lynch me gustan solo sus primeras películas y que Malick me aburre como para colgarme de su “árbol de la vida”. Confieso que orino en la ducha, y no solo para ahorrar agua, sino también porque es maravillosamente liberador no tener que concentrarse en apuntar bien. Me parece que los tipos de ABBA fueron unos genios y ver el musical “Mamma mía” (ay sí, ay sí, en Broadway) fue para mí una epifanía de lo hermoso que puede llegar a ser el pop. Joyce siempre me ha aburrido y si leí “Ulises” fue porque hubo una estúpida época en mi vida en la que debía terminar todo lo que empezaba. ¿”Finnegans Wake”? Si está en mi biblioteca es para que mis visitas crean que lo leí.
Ya que estamos: me gustó “No se lo digas a nadie” de Bayly, y qué.
Siempre confundo a Manet con Monet. No recuerdo las diferencias entre Hegel y Kant, y debe ser porque no me interesan. Cuando en los restaurantes el mesero me cede el vino para aprobarlo, mi ritual de darle vueltas a la copa y acercarlo a la nariz es pura actuación: mi olfato y gusto son tan pobres que a lo mucho pueden distinguir si está en camino de ser vinagre. Además, amigos: sepan que cuando voy a sus cenas, solo compro vinos de oferta. En mi casa uso sayonaras con medias y el mejor regalo que me he hecho fueron unos calcetines japoneses que ya vienen con hendidura. Me encanta el choncholí, suelto pedos poniendo cara pensativa y, como dice Shakira, no me baño los domingos.
Ni siquiera para orinar.

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