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Esos 70 son la esperanza

  • 02/03/2013

Conocer a Khaled Al-Berry fue como encontrar un álamo cuando se está buscando sombra.

Lo conocí en un congreso literario en una época en que mi mujer y yo nos preguntábamos si sería un buen momento para conocer Egipto. Khaled es escritor y vive en El Cairo. Cuando le pregunté si era seguro conocer su país, me respondió sonriente:

–Si llegan a mi casa, no tendrán ningún problema.

Gracias a su consejo y hospitalidad conocimos su país y supimos que nuestro temor a la violencia social de Egipto era como la que han sentido los turistas con respecto al Perú en muchas épocas. Piense en la toma de la Embajada de Japón en 1996: un hecho circunscrito a una manzana de San Isidro, reverberado por las televisoras del mundo, dio la idea de que todo el territorio peruano estaba secuestrado por la violencia. Este fenómeno es natural: ligada a la amplificación de los medios está esa costumbre humana de bautizar a una totalidad conociendo apenas un rasgo de ella. Pero, prima de esta, existe otra noción en la que los medios son, además, cómplices por comodidad: la idea de que a todos los televidentes nos gusta ver contenidos poco retadores y que –caballero nomás– hay que darle a la gente lo que quiere.

Es cierto que la sociedad peruana es, en general, poco apegada a la ilustración. Pero no es cierto que “toda” ella haya estado detrás del programa de Magaly Medina o que todos los jóvenes estén hoy pendientes de esos programas juveniles tan criticados en las redes sociales.

Para entender esto hay que saber que el rating, esa cifra que decide contratos, titulares y, lamentablemente, salud mental, solamente se aplica a televisores encendidos. Un televisor apagado, obviamente, no alimentará el rating de ningún programa.

Me contaba un funcionario de TV Perú que, según IBOPE, en diciembre de 2012, durante el horario de mayor audiencia (de 8 a 9 pm) hubo un encendido del 30%. Es decir que en ese horario tope, en el que uno se imagina que todos los peruanos están viendo la televisión, solo 30 personas de cada 100 estaban ante la pantalla.

Ese mes, por ejemplo, “Al fondo hay sitio”, la serie que todo el mundo dice que todo el mundo ve, hizo 13 puntos en su momento cumbre. No es objeto de estas líneas analizar sus méritos cualitativos (no me parece una mala serie en lo absoluto) pero sí es pertinente aclarar que su gran logro cuantitativo está en que todos los demás programas sumaron 17 para completar esos 30 de encendido.

Entonces, “Al fondo hay sitio” hizo bien en celebrar que de cada 100 peruanos, 13 estuvieron pendientes de ella. Pero, ¿no es bueno considerar también que hubo 87 que decidieron no verla y 70 que ni siquiera encendieron su televisor?

Esos 70 peruanos, entre los que hay muchísima gente que usted y yo conocemos, son la esperanza para cambiar la pantalla nacional. Los productores, funcionarios y anunciantes de televisión nos vienen recitando el discurso que ellos mismos han propaladado y han convertido en una verdad que, por lo menos, es parcial. En lugar de seguir machacando con la fórmula facilista que les viene dando resultando en solo una fracción de la sociedad, deberían estudiar a qué aspiramos ese 70 % que no encendimos nuestro televisor: todo un océano por seducir y conquistar con mayor inteligencia en vez de explotar a la misma isla de siempre. Pensar que para ser entretenido hay que ser básico o vulgar es tan superficial como decir que el Perú es un país totalmente preso de la violencia.

Y te juro, Khaled, que aquí no tienes mucho que temer, salvo a nuestra televisión

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