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Cómo disfruto que me roben

  • 11/02/2010

El taxi en que iba se detuvo en un semáforo y un vendedor de libros pirateados aprovechó para acercarse. Imaginará usted mi cara cuando vi entre ellos a mi novela más reciente, a pesar de no tener más de una semana de haber salido a la venta. Igual, disimulé.

-El de la foto se parece a mí, ¿verdad?

El vendedor se sorprendió, pero terminó por sonreír con cinismo.

-No se moleste, maestro, le estamos haciendo propaganda.

A los minutos publiqué lo ocurrido en Facebook, y no tardaron las felicitaciones: debía verlo como señal de éxito. Es paradójico este país mío, donde uno debe sentirse agradecido porque es robado. Es verdad que me sentí bien y mal a la vez. Pero, ¿por qué no plantearme sentirme bien y bien? Analizo, entonces. Lo que me gustó de este encuentro no es que mi obra se haya pirateado: es que se esté ofreciendo en las calles a escala popular. ¿No puede hacerse eso, acaso, sin pasar por la informalidad?  ¿No hay forma de que el Estado y nuestra industria editorial acuerde una estrategia de desactivación de mafias mientras se crean formatos de venta popular?  El Perú ha empezado a dar pasos tímidos para formalizar sus actividades. El Metropolitano y el Tren Eléctrico avanzan a trompicones para arrebatarle algo de terreno al transporte informal. El gobierno y la opinión pública han puesto la mira en formalizar a los mineros ilegales. ¿No es hora ya de que también empiecen esfuerzos coordinados similares en favor de la cultura y la inventiva? Los países más adelantados son, curiosamente, los que más patentan y protegen los derechos de sus creadores. Las sociedades desarrolladas saben que la riqueza a largo plazo se sostiene en la creación de valor, no en la sacada de vuelta. Por eso, amigos, no me feliciten. Compadézcanme. Compadezcámonos todos. Celebrar que los pirateados “tienen más propaganda”, que los vendedores “por lo menos tienen trabajo”, que los más necesitados “así acceden a libros más baratos” es una forma de mirar el beneficio de corto plazo, en lugar de ver el país ordenado que deberíamos ser en el largo plazo.

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