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A dos kilómetros de Mistura

  • 01/10/2009

La noche del sábado pasado la feria Mistura se encontraba repleta de peruanos deseosos de participar de su boom gastronómico. Mientras tanto, a solo dos kilómetros de distancia, en la Plaza de Armas, el músico peruano Lucho Quequezana y el equipo que lo acompañaba le daba los toques finales a lo que habría de ser un concierto espectacular al aire libre: “Sonidos Vivos”.

Quequezana tuvo una idea peculiar hace años, y su tenacidad la hizo realidad: ¿qué pasaría si músicos en las antípodas de nuestras tradiciones se pusieran a experimentar con los ritmos peruanos? Los asistentes al concierto pudimos ver a maestros vietnamitas, chinos, turcos y canadienses -entre otros- sacarles sonidos extraños a instrumentos cuyas existencias ignorábamos por completo. El concierto fue impecable y la gente aplaudió de pie esta iniciativa que humedeció varias miradas y erizó muchas pieles. Lo que Quequezana hizo fue poner en práctica un mecanismo que, a algunas cuadras, Mistura también celebraba: el enriquecimiento de una cultura por contacto con otras. Nuestro ají de gallina, la mazamorra, los anticuchos o nuestro turrón no existirían si es que a esta tierra y su cocina autóctona no hubieran llegado los españoles con sus nexos arábico-afro-mediterráneos. Nuestro lomo saltado y nuestro tiradito serían no nacidos sin el desembarco en nuestros puertos de chinos y japoneses, respectivamente. Lo curioso es que mientras Mistura hervía de gente como un buen chupe, el concierto de Quequezana no había concitado ni la décima parte de su interés. Que no se me malentienda. No critico el éxito de Mistura, al contrario: ojalá que el próximo año sea el doble de grande. Comprendo que la gastronomía sea el ejemplo más orgulloso y claro de esa diversidad cultural que nos avergüenza cojudamente en otros aspectos. Entiendo que al ser más cotidiana, a las empresas les sea más facilito invertir en ella. Me queda claro que es más fácil decirle a un turista “te invito a este restaurante” que “te invito a ver este espectáculo”. Y por eso digo: aplaudamos y apoyemos la locomotora gastronómica que tira de otros vagones. Pero no olvidemos que nuestra diversidad cultural también se juega en muchas otras experiencias.

Hace veinte años era imposible imaginar a un banco peruano patrocinando a nuestra comida, como ocurre hoy.

¿No estaremos dejando de ver otra locomotora por solo obsesionarnos con la gastronomía?

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